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erano, muchas visitas, muchas comidas con
amigos, con familiares queridos que vienen como las golondrinas, con el buen
tiempo.
La mente y el espíritu se relajan, pero
el aparato digestivo se contrae.
Entre visita y visita, hoy tocaba terreno
de nadie. Se puede decir que hay una tregua entre tanto revuelo.
Me levanto con pesadez de piernas,
intestino y mente. Mi cura particular consiste en dar un paseo en bicicleta por
la mañana temprano, ayudándome de la niebla del mar, que hoy nos cubrió hasta
primeras horas de la tarde. Un delicioso paseo hasta la playa de La Lanzada.
Cuando llego a casa, me preparo una ensalada
(tratando de desintoxicar mi aparato digestivo), una ducha, el relax del
agotamiento, un ratito de televisión…
Enciendo la tele, y empieza, justo en el
momento de sentarme a comer, una preciosa película, que no por muy vista deja
de ser encantadora: “La Señora Miniver”.
Noto el cansancio, La calma del verano,
la tarde soleada, la luz, el oscurecer de las persianas de la casa… En una
palabra, vuelve mi enfermedad: “La Melancolía”.
Empiezo a recordar, el deseo me lleva al
ordenador, apago la televisión, enciendo el equipo de música: “Enrique Granados” (la quintaesencia de
las tardes de verano).
Y las vueltas y revueltas que da el
pensamiento. Parece como si quisiera contar algo del estío, pero no, la cabeza
se dirige a otro recuerdo, un recuerdo de invierno, entrañable, con el calor
del verano, pero invernalmente amoroso.
Era el mes de enero del año 1972, lluvia
y frio en Santiago, tú, querida compañera, estabas embarazada, los dos nos
queríamos, acabábamos de cruzar la veintena, nuestra falta de experiencia, éramos
solos para decidir, ¿Qué hacer? ¿Cómo afrontarlo?
Ciertamente no era fácil. Igual que hoy,
la vida no daba demasiadas oportunidades. No era sencillo hablar, teníamos
dudas.
Aquella noche tuviste muchos vómitos, el
malestar de los primeros tiempos del embarazo.
Vivíamos en la calle del Preguntoiro, era
tarde, salimos a la calle:
-Esther: ¿damos una vuelta para ver si te
compones un poco?
Salimos paraguas en mano, noche de frio y
lluvia. Tú llevabas un poncho de lana marrón con flecos. El corazón palpitaba. La
Rúa do Vilar era un espejo de lluvia, entramos, éramos solos en la ciudad,
nuestra rebeldía era decidida y solitaria, sin apoyos (o muy pocos).
Pensando y hablándolo… entramos en la
Rúa, de pronto dos imbéciles en velomotor pasan a nuestro lado. Yo siento que
algo se escapa de mi mano, me doy cuenta enseguida que el descerebrado que iba
de paquete en la moto te había cogido del poncho y te llevaba arrastras.
Mi reacción fue tirar del poncho en
sentido contrario, lo conseguí, pero te caíste al suelo, yo empecé a correr, mi
deseo era cogerlo y pisarle la cabeza. Yo corrí, y corrí, incluso recuerdo que
rocé su espalda con mi dedo corazón de mi mano izquierda. ¡No pude! ¡Ellos se reían!
Me sentí frustrado, volví contigo, por
suerte no había pasado nada.
Querida compañera: ¡Nunca te quise tanto
como aquel día!