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domingo, 29 de septiembre de 2013

¡Se cogen puntos a las medias!

A
partir de la Guerra Civil y hasta casi la llegada de la democracia, las mujeres conseguían su realización social por medio del matrimonio.

Aquellas que al cumplir los treinta años no habían alcanzado este estado “ideal”, se convertían en solteronas, mujeres secas, y se suponía que amargadas.

Su destino como persona dejaba mucho que desear, las pandillitas de la adolescencia se iban poquito a poco quedando huérfanas. Las niñas se iban casando, y por ende abandonaban su círculo de amigas, ya que tenían “ocupaciones mucho más interesantes”, como eran el marido y los hijos, y que por medio de éstos se le abrían los círculos sociales de los adultos.

La vida de aquellas pandillas, con la edad se hacían más aburridas, a medida que se iban mermando las diversiones eran menores: el paseo por la Calle Real, la sesión de Cine el domingo a las 6, porque la de las 8 de la tarde, que era la de los matrimonios, no les permitía estar en casa de los padres antes de las 10 de la noche, hora fatídica para cualquier chica soltera.

Esos grupitos quedaban reducidos en el mejor de los casos a dos o tres personas, que siempre andaban juntas, y aunque se odiasen íntimamente. Estaban obligadas a soportarse, por ser ésta la única posibilidad de salir de casa.

Hoy quiero con estas notas traer el recuerdo de un cierto grupo de mujeres olvidadas, que en aquel momento sufrieron en silencio sus soledades.

Porque sepan ustedes que en el caso de las solteronas también se hacían distingos:

Por un lado, aquellas denominadas “ricas de cuna”, cuyo problema era más llevadero, ya que podían acceder a lugares y situaciones vedados para las otras.

También encontramos otro grupo bastante más interesante, “las estudiadas”, que eran aquellas, que aún sin ser ricas, su familia se permitía, en muchos casos con grandes sacrificios, proporcionarles estudios y preparación para una vida de soltería. La mayor parte pasaron a engrosar la función pública. 
Desgraciadamente las que quedan, se encuentran en estos momentos sin una paga extraordinaria.

Yo hoy me quiero referir a aquellas, cuya extracción social no les permitía acceder a los estudios ni a ningún otro tipo de preparación, y cuyas familias no podían conservarlas en el rol de “Tía”.

En estos casos la vida fue dura, a muchas le negaron la entrada en las fábricas por darles primero trabajo a las que tenían una familia que mantener, otras se metieron a servir en casas pudientes, y por tanto explotadas al máximo, aguantando 24 horas al día una familia extraña.

Había entre este grupo unas profesionales que siempre me llamaron la atención.

Aquellas chicas solían asentarse en locales chiquitos, en muchos casos aprovechando pequeños rincones en los portales, o compartiendo local con algún que otro comercio, generalmente mercerías.

Eran las chicas que cogían los puntos a las medias, poseían unas máquinas maravillosas que hacían al trabajar un hermoso zumbido: Schiiiiiiiiiiiissssss.

Se colocaba la media encima de un tubo y con algo parecido a una jeringuilla de practicante, iban reparando poco a poco las faltas.

Una peseta les bastaba para dejar a las señoras las medias nuevas.

Pero no se contentaban con eso solo, en la mayoría de los casos también alquilaban novelas, Corín Tellado, Macial Lafuente Estefanía…

Era lo que hoy se llamaría “Emprendedoras”.

Emprendedoras, de trabajo de 12 horas diarias, encorvadas encima de su mesita, con su flexo alumbrando con una bombilla de 25 W…

Emprendedoras, de dejarse la piel y la vida en aquellas mesitas.


Les quedaba el consuelo de hablar con las parroquianas, del último asesinato que viene en El Caso, de la película que estrenan en el Avenida, del novio de Inés la chica que trabaja en el tercero de la casa de enfrente, y que parece que anda rondando a otra, de si el marido de Puri se emborracha… Pero sigue estando sola en su mesa con su trabajo, y la vida sigue, lo mismo da que sea verano o invierno, bueno en el verano tienen menos trabajo porque la señoras no se ponen medias…

sábado, 21 de septiembre de 2013

El destierro de Danielito.

M

i madre tenía una hermana, era mi tía Pacucha.

Eran uña y carne, se habían criado juntas. Mi tía era algo mayor que mi madre, y a lo mejor era por esto por lo que se consideraba responsable de ella, haciendo las veces de mi abuela, que se había muerto cuando la juventud de las dos hermanas todavía se resistía a escapar.

La vida de las dos estaba casi por completo centrada en el cuidado de los hijos.

Yo fui hijo único, hasta los siete años, lo que a efectos sentimentales se prolongó casi hasta los catorce, ya que hasta que mi hermana cumplió los siete u ocho años, fue para mí poco más que una muñeca de peluche.

Por parte de mi tía Pacucha, tenía dos primos casi de mi edad, por un lado, Danielito que me llevaba 14 meses, y por otro, Marisa, unos tres años mayor que yo. Mi relación con ellos fue muy intensa, de pequeños salíamos juntos con nuestras madres, ya de mocitos, también lo hacíamos, pero solos, sin la supervisión de nuestras progenitoras.

Está claro que debido al dicho los niños con los niños, y las niñas con las niñas”, mi relación  fue más fuerte con mi primo Daniel, que con Marisa.

Los veranos, los pasábamos juntos, íbamos a la playa, al Club del Mar, la mayor parte de los días me quedaba a comer en casa de mi tía.

Por la tarde, con nuestra escopeta de balines, íbamos de cacería; alguna vez que otra matábamos algún gorrión, que mi tía Pacucha desplumaba, limpiaba y freía.

Al atardecer, después de la cacería, bajábamos a la Calle de San Juan, nos reuníamos con mi prima, sus amigas, y demás niños del barrio, jugábamos al “brilé”; solo en el caso en que las niñas no apareciesen por tener otras ocupaciones, tales como jugar a las “casitas” u otras tonterías por el estilo, sustituíamos aquel juego por el futbol.

Pasaban los veranos, rápidamente, luego el colegio, enseguida otro verano, pero siempre distinto, en cada uno surgía algo nuevo, sin darnos cuenta, crecíamos, nuestros gustos y deseos también. Ahora, al volver de la playa, pasábamos muy despacio por delante del “Bar el Huevito”, o por “El Odilo”, íbamos muy despacito, para hacernos notar ante mi tío Daniel, que solía estar con sus amigos, y que nos llamase.

Entonces entrábamos, nos daba una taza de ribeiro y una tapa. Aún recuerdo el olor fresco de aquel vino turbio y un poco ácido, aquella mezcla de sabores, la salitre del mar, el vino, el pescadito frito de tapa, la recomendación de mi tío: ¡No le digáis a Pacucha que estuvisteis aquí!

Mi tío Daniel era un hombre bueno, un hombre corpulento, de Lugo, amante del campo, de la aldea, de los niños, le encantaba cuando algún domingo de verano salíamos las dos familias a comer a la playa o al campo, le gustaba viajar. Siempre tenía una palabra amable para nosotros.

El día que murió mi tío Daniel comprendí que en ese momento había dejado de ser joven. Fue mi último enlace con la infancia.

Recuerdo un día, ya mozos, que a mi primo Daniel, se le ocurrió apostar, con otro amigote, que si era capaz o no de afeitarse la cabeza.

Pues, dale que te pego, ganó la apuesta.

El impacto fue brutal. En una sociedad tan poco permisiva como la de la primera mitad de los años 60, el ver a un joven con pelo largo era impactante, pero el verlo con la cabeza rapada era inimaginable.
Llama mi primo a la puerta de casa, y sale mi tía Pacucha:

-   ¿Qué desea?
-   ¡Mamá, que soy yo!
-   ¡imbécil! ¿qué hiciste?

No le dio un vahído, porque a mi tía no le daban vahídos, pero mi primo tuvo que esquivar algún garrotazo que salió del genio desatado de mi tía.

Pasadas las primeras horas de angustia, y superado el impacto visual, la familia se reúne alrededor de la mesa del comedor, todos se sientan en silencio, y mi tía sirve la abundante pitanza.

Mi primo Daniel comienza la masticación, y lo que nadie esperaba, el movimiento de la mandíbula hace que la musculatura de cráneo sufra notorios movimientos. Aquella calva bien rasurada con navaja deja al descubierto contracciones y dilataciones por encima de la frente y en los parietales.

Mi prima Marisa, queda horrorizada:

-   ¡Mamá, se le mueve la cabeza!
-   ¡Mamá, que me da mucha grima!

Mi tía Pacucha no sabía que decir, estaba indignada, y para el colmo era verdad, ¡se le movía la cabeza! Mi tío Daniel callaba, la tensión se palpaba en el ambiente.

La solución la determinó la jefa de la casa:

¡De aquí en adelante, y mientras no te vuelva a crecer el pelo, quedarás castigado a comer solo en la cocina!


Así fue como Danielito, sin haber llegado a la mayoría de edad, sufrió pena de “EXTRAÑAMIENTO”

martes, 10 de septiembre de 2013

Coser y Cantar

C


ae la tarde.

Hace un momento que llegué a casa después de un bonito paseo en bici, aunque con incidencia: pinchazo y reparación.

Una ducha, y una vez cambiado y después de dar de comer a mis perras, me siento delante de la puerta de la cocina, al aire libre, con la vista perdida en el paisaje de la huerta, una botella de agua fresca, unas cuartillas, y…

El sol está cayendo. Los colores del ambiente que me rodea, antes verde intenso, rojos de las flores, azules de las hortensias, ahora se difuminan, el dibujo se vuelve pastel.

No se mueve una hoja, temperatura agradable. La vida a mi alrededor está en calma.

En este momento sube a mi memoria, que esta misma placidez, la viví otrora, de niño, aunque no en la naturaleza, si no en un lugar más humilde; hablo de la casa de vecinos en donde nací.

Yo vivía en el tercer piso, de una casa de cuatro, por supuesto sin ascensor, ¿total para qué?, si la mayor parte de las veces subía y bajaba por el pasamanos.

Eran tiempos de verano, de vacaciones. Me levantaba por la mañana temprano, ya que antes de ir a la playa había muchas cosas que hacer: el desayuno, el tazón de leche con pan, y luego los deberes, el dictado: …”hallábase el aya durmiendo al niño en su cuna de haya…”; las cuentas, la multiplicación, la división por cuatro cifras… la prueba… ¡no me da!...

Por la ventana abierta del patio escucho una melodía:

¡Es el auténtico canto del Ama de Casa!

En el piso de arriba, “Gela”, soltera madurita, hija de viuda, cuidadora de su madre y su hermano también soltero (del que no se le conocía oficio), estaba haciendo la limpieza del hogar.

En aquellos tiempos, las mujeres de la casa, limpiaban y cantaban; algunas lo hacían muy bien, otras regular, y otras mal, pero todas cantaban.

Gela cantaba siempre la misma canción. A mí me trasportaba. La pieza estaba entonces de moda:

“India del Paraguay”


Es curioso, pero me consta que no se la sabía toda, solo entonaba dos o tres estrofas y las repetía, las repetía toda la mañana.

Yo lo prefería a la radio, también es verdad, que a esas horas, salvo que estuviese enfermo, no me dejaban ponerla.

Pero aquella mezcla de música acompasada con el ritmo que proporcionaba su actividad comunicaba un apacible sosiego que al oído me decía:

¡Nuestro mundo es pequeñito,nunca nos va a pasar nada estando en casa!¡Todo lo que pueda suceder está reducido a mi patio y mi escalera!

Por desgracia, vamos creciendo, nos vamos de nuestra escalera, vemos otros patios, en fin, que ocurren cosas.

Me hice mayor, las “Amas de Casa” dejaron de cantar, y los niños dejaron de oír ese vivo sonido producido por las mujeres, la tecnología y el desarrollo social les impidió sentir esas sensaciones.

Hoy los niños tienen mejores aparatos con los que se pueden escuchar buenas grabaciones, mejores sonidos (también peores); pero el sentimiento que trasmitía una señora enfaenada, demostrando su alegría, eso no lo recuperaremos.

El último vestigio de la canción del “Ama de Casa”, me lo contó un antiguo compañero de trabajo, hoy también jubilado:

Debe de hacer de esto unos quince años, en su edificio vivía una mujer encantadora y alegre, que mantenía esa antigua costumbre.

Pues bien, un vecino, meapilas malhumorado, presentó en una reunión de propietarios una queja sobre los cantos que nuestra “sirena” emitía en su laboreo.

Como no podía ser de otra manera, al agrio vecino, le calló una reprimenda por parte de la asamblea.

Ciertamente vamos perdiendo sensibilidad. ¿Qué será de nuestros niños sin los cantos de nuestras madres?

¡Rescatemos a nuestros Bardos y Bardas para amenizar nuestros hogares, nuestros barrios, nuestras escaleras!