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jueves, 29 de noviembre de 2012

Carta a los Jóvenes. ¿Cuáles?


E
l día de ayer tuve el gran gusto de asistir al 8º congreso de la Federación de Pensionistas y Jubilados de CCOO de Galicia.

Lo que a priori se podría calificar de muermo soporífico, de batallitas sin fin, de lamentos por no poder y desear, de antiguo, de pasado de moda, en resumen de fuera de la realidad…, da una vuelta de tuerca y se convierte en algo parecido a los brotes verdes de la primavera, los gomos de las vides, el surgir de las rosas y los olores del nacimiento de la vida que revienta en las primaveras de nuestro Salnés.

El panorama es espectacular, al entrar en el salón lo que se percibe son los brillos de las calvas de los hombres y las arrugas de las mujeres.

Pudiera ser que a cualquiera que no profundizase en este panorama se le viniese a la mente el sedentarismo propio de un “Casino” del siglo XIX o XX.

Inmediatamente, estos hombres y mujeres desatan sus voces y se empieza a escuchar un torrente de opiniones.

Entonces esas calvas comienzan a llenarse de cabellos liberados, las arrugas se estiran al dilatarlas el canto juvenil de la solidaridad y la lucha.

Lo que en un momento eran signos de decrepitud, de dependencia, de decadencia física, se convierte en un grito de esperanza, de ánimo, de futuro solidario, en todo caso es un “tu a tu” con la juventud.

Se habla de la lucha, no se recuerda el pasado, se habla del presente y del futuro.

Esta gente que en muchos casos se ayudan de un bastón para ir a la plaza, no necesita incentivos para salir a luchar a la calle, debe, y tiene que ser el ejemplo de los jóvenes.

Estos que ya están cansados de luchar durante y después del franquismo, y que en muchos casos tuvieron reconocimientos públicos por una larga vida dedicada a esta desagradecida vida de solidaridades, todavía no han muerto, como Mio Cid ganarán aún después de muertos.

¡Mi madre!
¡Vaya pandilla!
¿De viejos?

domingo, 18 de noviembre de 2012

El Otro Cuento De La Lechera


E
n el año 1939, Olvido tenía 12 años.

Una tarde de invierno… vinieron a buscar a su padre a su casa de Cecebre. Olvido y su madre Maruja pasaron toda la noche despiertas esperando a Modesto, los niños Modesto y Manolito, se fueron a la cama, son muy pequeños, no entienden. Sentadas en la cocina arrimadas a la lumbre, echando de cuando en cuando un taco a la lareira, con una pota con algo de café al fuego, por si llega Modesto, hace frio, es invierno, Maruja sabe que no ha de volver, pero, por si acaso.

A la mañana siguiente, dos hombres traen a Modesto en un carro:
-   Maruja, lo encontramos en una cuneta en San Pedro de Nos.
-   Dios mio, que desgracia.
-   Son los tiempos, Maruja, te quedan tus hijos…
-   ¿Sin padre, quien les dará de comer?…
-   Van a tener que trabajar, no son buenos tiempos.

A partir de este momento, Olvido se hizo cargo de llevar la leche a Coruña.

Por la mañana subía al tren de las lecheras en el apeadero de Cecebre. Su madre le ayudaba con las cántaras, y siempre hablaba con alguna conocida para que le echase una mano para bajarlas en la estación al llegar.

De madrugada, la leche, por la tarde, y gracias a una amiga de Maruja, Olvido se puso a “asistir” para sacar algo.

-   Es una casa muy buena, Olvido, te pagarán y podréis ir trampeando.

Malviviendo, y malcomiendo, la familia fue cumpliendo años, Modesto en los 50 cumplió los 14:

-   Madre, me voy a Uruguay, dicen que hay porvenir, que una vez terminada la guerra de Europa, en América, hay fortuna para todos. También seré una boca menos para la casa.

Olvido siguió trabajando, por la mañana la leche, por la tarde la casa…

Pasa el tiempo, Maruja se va haciendo mayor, camina mal, la espalda doblada, la huerta, la vaca, el ternero, el niño, la casa.

Carta de Modesto:

-   ¡Manolito!, vente para Uruguay, aquí hay para todos, te tengo un empleo en casa de un estanciero. Si trabajas duro, harás fortuna.

Manolito no lo pensó, con su maleta de cartón y unos duros que le dio Olvido, embarcó como emigrante a Uruguay.

A los seis meses escribió Modesto anunciando que Manolito marchara para una estancia al Paraguay. Nunca más se supo de él.

Luego vino la prohibición de la venta ambulante de leche, con lo que se quedó sin el reparto de la mañana.

Los señores de la casa, le dijeron que se quedara interna, que de esa manera evitaba el traslado desde la aldea hasta Coruña.

Pero había que atender a Maruja, que cada vez se valía menos, ya no podía estar sola.

Con el dinero que mandaba Modesto y lo poco que tenía ahorrado, junto con el trabajo de la huerta, las dos mujeres se iban arreglando, hasta dio para ponerle tejado y cuarto de baño a la casa.

Un mal día de otoño, Maruja se muere:
-   Hay que avisar a Modesto.
-   Tengo un teléfono, lo voy a llamar.
-   Modesto, ¿eres tú?, esta noche se ha muerto mamá.
-   ¿Cuándo la vas a enterrar?
-   Pasado mañana, hay que esperar a que den el permiso, como apareció muerta, nos obligan a hacerle la autopsia.
-   ¿Necesitas algo?
-   Nada Modesto.
-   Voy a intentar coger un avión y paso unos días contigo, hace 30 años que no nos vemos.
-   40 Modesto, 40.
-   ¡Como pasa el tiempo!

Tres días más tarde, se encuentran en Lavacolla:

-   ¡Modesto, que mayor estás, no te reconozco!
-   ¡Anda que tú!
-   Allá las cosas no van bien, tengo familia, y cada vez se gana menos, voy a tener que dejar de mandarte dinero.
-   No te preocupes, ahora con la muerte de mamá, ya puedo volver a trabajar, y para mi sola será suficiente.
-   Por la casa y la huerta no te preocupes, la tienes merecida, nos cuidaste a todos y a la casa. Yo no necesito nada. Allá tengo una casa con finca donde vivimos toda la familia.
-   Gracias Modesto, yo tampoco podría pagar tu parte.

Al cabo de unos días Modesto volvió al Uruguay, y no volvería nunca.

Olvido volvió a sus trabajos de “asistir”, hoy tres horas aquí, mañana dos horas allá…

Y el tiempo pasa, y pasa, y Olvido envejeciendo, ya casi sin fuerzas, vuelve a su aldea, casi no conoce a nadie.

Ahora vive con una pensión pequeñita, pequeñita, pero para ella sola es suficiente.

Un perro vagabundo vive con ella, pasa los días mirando la huerta, le da pena, ya casi no puede trabajar, a veces algún vecino compasivo, le pone un poco de verdura o unos tomates.

Ahora está muy delicada, el médico dice que es del corazón:
-   No puede vivir sola, vaya para una residencia…
-   Llevo muchos años sola con mi perro, no sabría.
-   Bueno, en todo caso instale un teléfono de urgencias, que el INSERSO y con la colaboración de Cruz Roja se lo pone.

Una joven de Cruz Roja vino a explicar como funciona, incluso le prometió que vendría dos veces por semana para ver como estaba, y hacerle un rato de compañía.

El tiempo pasa, y pasa. Dicen que viene una crisis, ¡Dios mio!, ¿que nos pasará a los viejos?

Un día, Olvido no se siente bien. Hoy no vino la chica de la Cruz Roja a verla, dicen que no hay presupuesto, que reducen gastos.

Olvido espera…

Por la noche, se encuentra peor:
-   Mañana iré al médico. No sé que me pasa.

Eran las seis de la mañana, silva un tren de mercancías, Olvido se encuentra que le falta respiración. Se acuerda del teléfono. Pulsa el botón rojo, dos, tres veces, no hay contestación.

Dicen que no hay presupuesto, que hay que recortar gastos.

Amanece, un rayo de luz entra por la ventana. El perro vagabundo, ya no vaga, no se mueve de los pies de la cama.

Fuera se oye jugar a un niño:
-   ¿Modesto, vienes a buscarme?

Olvido camina por un camino sin retorno.
¿Quién se acuerda de Olvido?



Bien lo sabéis. Vendrán 
por ti, por ti, por mí, por todos 
Y también 
por ti. 
(Aquí 
no se salva ni dios. Lo asesinaron.)

Blas de Otero

jueves, 15 de noviembre de 2012

¡Mamá, quiero ser fascista!



Hoy, un tipo, de cuyo nombre no quiero acordarme, ha tenido un enfrentamiento conmigo. Y no es que yo le haya dicho o hecho algo en desacuerdo con sus deseos o con sus objetivos.

No señor, es el caso, que desde una plataforma cultural con políticos de derechas, me presenté sin avisar en una reunión a reclamar un espacio para la asociación que represento.

Parece que a priori podría robar protagonismo, entiéndase liderazgo, y… ¡anatema!

Entonces ¡Sorpresa! ¡Sorpresa!:

Hay quien no entiende la pluralidad de pensamiento, y la pluralidad de acción.

Cuando en un colectivo se cuela un elemento de este calibre todos deberán de doblegarse a él o desaparecer.

No es la primera vez en mi vida que me veo en tal situación, me conozco los corderos cuando los veo, se si son churras o merinas.

El fascismo, tradicionalmente se considera una postura relacionada con la derechona, pero tal cosa no es una conclusión cartesiana.

Fascista puede ser cualquiera, no tienes más que pedirlo. Acuérdate de Pepe Stalin, de Rumanía, de Albania, de China…

No solo debemos de hablar de Pinochet, de Franco, de Videla…

En todo caso si te interesa solo tienes que decir:

 ¡Mamá, quiero ser fascista!

Con esto ya te llega, ya tienes derecho a jorobar a tus conciudadanos.

Puedes ser nacionalista, incluso puedes ser de izquierdas, solo pide tu deseo, tu voluntad, que nace desde la cuna:

¡Mamá, quiero ser fascista!

martes, 13 de noviembre de 2012

Tengo que comprar un “Terno”


P
ara los jóvenes de hoy, podría esto sonar a chino, es por eso que me propongo desarrollar la idea con un poquito de calma. Perdonen, por tanto, si me extiendo.

Aquellas personas que rondan los 60 años sabrán perfectamente de lo que hablo, y estoy seguro que si rebuscan en su memoria, alguna experiencia similar, con sus imágenes, saldrá de la oscuridad del tiempo.

Comprar un traje en los años 50 y 60 del siglo pasado, podría ser cualquier cosa, menos una tarea fácil. A mí como infante, me parecía aburridísimo, una auténtica pesadez.

Primero hay que explicar, que no todo el mundo podía comprarlo, ya que no estaba al alcance de cualquier fortuna, aunque de hecho, un hombre era el único vestuario del que podría disponer:
·         Traje de diario de invierno.
·         Traje de domingo y fiestas, de invierno.
·         Traje de diario de verano.
·         Traje de domingo y fiestas, de verano.

Esto sería el armario de un señor con posibles, es decir, de clase acomodada. Un traje se hacía siempre a medida, y su función era durar años, años y años…

Pues bien, cuando después de muchos usos y reparaciones, se hacía imprescindible comprar otro, empezaba la “gran aventura”.

Lo primero, la tela:

La señora de la casa, nunca el marido, se decidía por pasar una tarde de tiendas, y junto con una hermana o alguna amiga, y rodeada de los niños (siempre a pesar de ellos), se encaminaba a una tienda de tejidos, dispuesta a enfrentarse con el mundo de los colores.

Una vez en la tienda, lo normal es que el dependiente ofreciera una silla a las señoras, para que se lo tomaran con calma.

El dependiente era un señor caracterizado por su paciencia infinita, y que a su fallecimiento debería ser elevado a los altares por cuestión de aguante psicológico-laboral.

Una vez sentadas, el profesional comienza a desarrollar sus habilidades, se inicia con el sube y baja de las piezas de tela, que eran unas bobinas enormes de paño, enrollado sobre un tubo de cartón.

Transcribo:

-¿Qué color desean ver?:
(Solo hay opción de negro, gris, azul, o marrón, ya que a un hombre no se le permitiría otra paleta de colores, aunque podría haber variaciones tonales).

-¿De lana?
-Fíjese esta tela, mire que brillo:
-No, pero no quiero con brillo, que con el sol se desluce.
-Esta imposible, es de lana inglesa. ¡Toque el paño!
-No, con brillo, no, que se hace muy ordinaria.
-Pues le voy a enseñar otra cosa, que verá como le gusta.

¡Siempre era mentira!, nunca gustaba en las primeras dos horas.

Una vez que teníamos seleccionadas, cuatro o cinco piezas, comenzada la odisea de la luz:

El dependiente con la pieza en ristre, cual diosa Ceres, se llevaba la tela y las clientas a la puerta para mirar el efecto de la luz de día.

Es en este momento cuando yo, de niño, ya no aguantaba más, y pedía a los hados que el dependiente se volviera loco, y atizara con la pieza de género en la cabeza a las clientas, iniciando lo que mas tarde se llamaría “violencia de género” (es muy posible que ese terrible término provenga de estas situaciones). La calle me atraía cual imán al hierro dulce.

Pero, por desgracia hay que volver adentro:

-¿Cuánto necesita?
-Pues, no se, como también quiero hacerle chaleco…
-No se preocupe señora, que esta tela es de doble ancho, y seguro que le da.

El niño, o los niños, están que se mean.

-¿Mamá, nos vamos?
-Ahora, hijo, ahora.

Otra mentira:

Hay que escoger, las guatas, las entretelas y el forro.

-Deme un trocito de muestra para comprar los botones.

El santo vendedor, después de miles de parabienes, sonrisas, críticas de amigas comunes, etc. se despide y cobra.

Segundo capítulo: los botones.

Para entrar en una tienda especializada en botones, había que esperar una cola larguísima, y pese a que normalmente había un montón de dependientas (en este caso femeninas), era imposible.

La elección era complicadísima, combinar el color del traje con los botones, los grandes, para la chaqueta, y los pequeños para los puños y pretina. Se comparaba con el trocito de tela que el dependiente se sirvió regalar para este menester.

Tercer capítulo: la hechura.

Esta es la única operación que se hace con el interesado delante, aunque normalmente sin mucha opinión sobre el asunto.

Pasa la operación a manos del sastre (my tailor is rich):

-¿Usted de donde carga?

Primera de las preguntas, que al neófito en el ritual le resultaría incomprensible:

Traducción: ¿en que lado del pantalón coloca usted sus partes púdicas?

-¿Cómo le gusta?, cruzado, recto, con dos o tres botones, con botones en los puños… ¿y cómo las solapas?........

A todas estas preguntas, la señora siempre tenía una respuesta ágil acompañada de su justificación:

-¡No, cruzada no que le hace más grueso!....

Por fin está decidida la hechura, no queda más que sufrir las dos pruebas reglamentarias, ¡y listo!

¡Ah! ¡El estreno!

Para ello tendremos que buscar el momento y día adecuado:

Boda, bautizo, primera comunión, en los casos más tradicionales: Domingo de Ramos (el que no estrena en Ramos, no tiene manos).

Como se puede deducir, hay serias diferencias entre esto, y comprar una prenda en el mercado o en unos grandes almacenes.

…la vida, ¡como cambia!

lunes, 12 de noviembre de 2012

¡Mira un Negro!


Corría el año 1977, vivíamos en un pueblo pequeño de la provincia de Pontevedra, mi niña mayor tenía cuatro años, la pequeña dos y medio.

Decidimos empezar a enseñarles algo de mundo y nos fuimos de vacaciones a Barcelona.

En plena Rambla, siento que me grita mi hija mayor:

-Mira Paco ¡un negro! (grito escalofriante, acompañado por un índice acusador señalando hacia mi espalda)

Me doy la vuelta y veo un hombre de unos dos metros que me mira desde las alturas.

Yo como puedo, esbozo, creo que un rictus, él me responde con una sonrisa de oreja a oreja, mirando para mí y para mi niña.

Entonces comprendí:

Con su mirada me explicó lo evidente: ¡era negro!, pero no solo eso, con su sonrisa me aclaró algo que me quedó para toda la vida:

“El ser diferente no implica ser desigual”

Nunca olvidaré aquella mañana de primavera en la que aprendí tanto.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Mi Bici o Prozac


E
ste viernes sufrí uno de esos reveses que da la vida. Realmente vienen a ser recordatorios como anuncios con que en la antigua Roma se premiaba a los héroes de la guerra y en pleno desfile al general ganador, se le colocaba detrás un esclavo, portador de una corona de laurel y durante todo el acto le iba susurrando al oído:

-        Recuerda: eres mortal.

La bofetada fue, en este caso, devastadora, pero la vida es así, no se conforma con hacernos felices una temporada. De vez en cuando, y sin saber como, sufrimos un tirón de orejas, para recordarnos nuestra mortalidad.

Dicho esto, está claro como debía estar mi estado de ánimo.
-        ¿Qué hago entonces?
-        ¿Tomo mi Prozac?

Valoro mis posibilidades físicas, y opto por una alternativa:

“Mi bicicleta”

Después de desayunar, y con voluntad clara, me subo al sillín, y comienzo a pedalear muy despacio, suavemente, escuchado a Vivaldi (por favor, si eres de la DGT, no lo leas).

Me interno entre viñedos, me acuerdo que hace unos días, todavía se encontraban con aquel color verde, vivo, que presagiaba el nacimiento del nuevo vino.

Hoy aquellas mismas parras se cubrieron con el color amarillento del crepúsculo, anunciándonos la venida del señor invierno.

Las garzas reales están poblando las marismas del Umia. Todo es calma, sosiego, parece como si la naturaleza estuviese buscando un cobertor para taparse una temporada, y dormir, dormir un sueño plácido, suave, con un sueño tan suave como si fuese una pieza de piano de Granados.

Invita la naturaleza a ir muy despacio, mirando, mirando, pedaleando, suspirando…

¡Alto! ¡Que sorpresa!



Mirando, mirando, veo en una vereda algo que como yo, nos resistimos a ese sueño, ¡vivimos! Se trata ni más ni menos de una rosa.

Mientras nuestro alrededor se pone las zapatillas para irse a descansar, nosotros, ella y yo, nos levantamos, alzamos nuestros corazones, y continuamos nuestro tiempo de vigilia.

¡Ábrete sésamo! ¡Vive nuestro mar de Arousa! ¡Pedalea fuerte! ¡Huye de tus temores! ¡Vive!

Adiós Prozac, te olvidaremos, seguiremos viviendo, mi rosa, mi bici y yo.

Dedicado a Ana, mi amiga sevillana.
En Vilagarcía de Arousa a 5 de noviembre de 2012

viernes, 2 de noviembre de 2012

17 de octubre de 2012. Un viaje


O
toño en Galicia, llueve, todo está húmedo, pero como todos los otoños hay en el ambiente ese algo de melancolía, que nos recarga el ánimo para continuar viviendo.

Es menester en estos casos recordar la hermosa canción brasileira “Aguas de marzo”.

Hoy es un día cualquiera, nada especial, es otoño. Fui por la mañana a Vigo, un hermoso encuentro con los amigos, muchos recuerdos, muchos besos, muy buenos deseos, muy buena comida…

En realidad, nada nuevo, bajo las nubes plomizas, bajo el agua que nos absorbe…

Llega la hora de volver y mi amigo Cándido me lleva a la estación, (sigue cayendo agua), pierdo el tren de las 18:18, el tráfico está imposible:
-Tranquilo, Cándido, no te preocupes, tengo otro tren dentro de 20 minutos.

Es la hora de coger el billete, me acerco a la ventanilla, el funcionario encargado de la venta de billetes, como siempre, me amenaza con cubrirme con su mal talante, yo me resisto y lo venzo con una sonrisa.

Hay que subir al tren, los asientos están sin numerar, me coloco en el vagón segundo y en un lugar apartado, mi deseo es poder tener suerte para que no se siente nadie a mi lado y así leer durante el camino de vuelta.

Llevo un buen rato leyendo y observo al otro lado del pasillo como una muchacha se descalza. Miro para ella, y ella mira para mí. Es una graciosa adolescente, de esas que tienen mucho frio siempre y van  con la barriga al aire. Una muchacha con una sonrisa de oreja a oreja, y con tornillos en los dientes. Rubita, y con calcetines de dibujos de colores.
-¡Tienes los zapatos empapados!
-Me puse perdida. ¿Sabes si aquí hay secador?
-No, aquí en el tren, no hay. Es mejor que te saques los calcetines, que al menos no te enfrías.
-¡No te preocupes, bajo enseguida, me apeo en Arcade!
Por la ventanilla veo el mar de Arcade, la marea llena, el agua del color del plomo recién fundido, a un metro del tren, sigue lloviendo.

¿Vendrá a picar los billetes la melancolía?
En Vilagarcía de Arousa, a 17 de octubre de 2012

jueves, 1 de noviembre de 2012

Día de Feria en Monterroso


V
ámonos a la feria María Esther!.

Hoy hubiera sido un día de paseo, muy posiblemente por el cementerio, recordando a los muertos, pero ciertas circunstancias hicieron posponer el tradicional plan del primero de noviembre.

Por tanto, y sin discusión:

¡María Esther, vámonos a la feria de Santos!

Subimos al coche en un día gris-plomo, lloviendo, con un casi frio de invierno, carretera de Caldas, A Estrada, Lalín. Paramos antes de llegar a Monterroso en los “Pendellos” de A Golada, el húmedo frio de la piedra me hace rememorar aquellas ferias de los días 12 en que trabajaba de refuerzo en la oficina de La Caja de Vigo.

El pueblo está desierto, la temperatura y esta lluvia menudita recoge a las gentes bien pensantes en el abrigo de los bares:

-Buenassss…: carta va y carta viene, el paisano va consumiendo las horas del día festivo.
La entrada a Monterroso es diferente, gente alegre, olisqueando los puestos, probando los productos de la tierra, comprando, vendiendo, hablando con amigos y conocidos, abrazos…

Pulpeiras enfaenadas: ¡cuidado!, gritan al pasar con los platos de pulpo y chorreándotelos por encima. No pasa nada: ¡Es la feria de Santos!

-¿A como las nueces?
-A 4 la pequeña, y a 5 la grande.
-¿Y el queso?
-¡Llévese estos dos curados por 10!
-¡A por ellos!
-Buen provecho.
-Vamos a ver los caballos.
-Y las vacas también.

En fin, una feria.

Ya es la hora de comer, salimos de las tierras del Ulla y bajamos a las del Deza.

Sigue persiguiéndonos el gris-plomo, llueve, pero el agua no es capaz de disolver la alegría que absorbimos en la feria.

¡Una comida fantástica! ¿Seremos nosotros los que estamos fantásticos? (creo que hay de todo).

Ya de tarde al pasar por Silleda, sale a decirnos adiós un precioso jabalí de unos 90 Kg.

¡Amigo jabalí: no quisiera volver a mi crisis! ¡Adiós amigo!
En Vilagarcía de Arousa a 1 de noviembre de 2012