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domingo, 13 de septiembre de 2015

Del Obelisco a Ramón de la Sagra – “La gran aventura”

S

ería el año 1956 o 1957, desde luego el mes de agosto, ya que mis abuelos de Madrid venían siempre a pasar ese mes a Coruña, y recuerdo que ese día estaban presentes.

Mi abuelo era procurador, y por tanto, como todos los oficios relacionados con las leyes, el mes de agosto era de vacaciones debido al cierre de los tribunales.

Tenían la costumbre de pasar sus vacaciones en Coruña, escapando del calor de Madrid, se hospedaban en el Hotel España, en la Plaza de Mina, o en la Fonda La Orensana, un pequeño hotel, muy familiar, situado en la Calle de los Olmos, este último era el más habitual.

Recuerdo que el comedor estaba situado en el primer piso, y que a horas distintas de las comidas, se convertía en salón donde los huéspedes podían recibir sus visitas, donde se jugaba a las cartas, al ajedrez, al dominó… y además disponía de un piano con el que alguien solía tocar al atardecer melodías tradicionales.

Aquel año, como otros muchos, mis abuelos habían anunciado su llegada en el Exprés de Madrid, que saliendo a las ocho de la mañana, tenía su llegada a la una del mediodía del día siguiente de su salida, a la preciosa Estación del Norte de Coruña.

Como siempre, fuimos mis padres y yo, a la estación a recibirlos en un taxi, de aquellos que llevaban dos asientos plegables entre el conductor y el asiento principal de pasajeros. Luego nos dirigimos a “La Orensana”, donde los dejamos para que comieran tranquilos y descansaran del agotador viaje de 29 horas de un tren cargado de humo y carbonilla.

Después de una buena siesta, nos volvimos a reunir en el “Café Oriental”, un hermoso local situado frente al Obelisco en el chaflán que formaba la Calle Real con la Avenida de La Marina.


Allí servían copas de helado, yogures en frascos de cristal, batidos, leche merengada, horchata… es decir, todo lo que no estaba al alcance de un niño.

Está muy claro que solo íbamos cuando nos visitaban los abuelos.

Era aquel día de verano un día de especial calor, nos habíamos sentado en la terraza del bar, debajo del toldo, el nordeste de Coruña en aquel lugar suavizaba un poco la elevada temperatura.

La tarde era tranquila, silenciosa, yo tomaba un batido de fresa, cuando…, se escucha a lo lejos una música, un coche anunciando un estreno de una película de cine, tirando folletos de mano por la calle, se acerca a velocidad reducida, los niños lo persiguen, la situación recuerda el cuento del “Flautista de Hamelín”.

El bullicio que formaban el coche, la música, el pregón, y los niños corriendo, era irresistiblemente atrayente.

Ese coche que con su deambular lento, el sonido a todo trapo, y el ajetreo de todos para recoger la propaganda de la película, que iban tirando al aire, era como un imán atrayendo al hierro, ahí estábamos todos, dándolo todo, tratando de acaparar el máximo posible de folletos, todos corríamos, gritábamos, pedíamos más y más y mucho más, ninguno estaba satisfecho.

Yo no lo pude resistir, inmerso en la vorágine de la masa de chiquillería, corrí, traté de coger los folletos que volaban, pero mis 5 o 6 años no me proporcionaban la suficiente habilidad, perdía distancia, el coche andaba lento pero más deprisa que yo.

Me fui distanciando, y cuando ya un poco aturdido, llegué a la Plaza de Orense, vi con estupor, que el coche anuncio empezó a ganar velocidad, y el resto de los muchachos perseguidores comenzaron a desaparecer.

Es en este momento, que tomo conciencia, que me encuentro en medio de la calle, solo, perdido… recuerdo que intuí que mi casa se encontraba muy cerca, pero sin saber por dónde.

Me di cuenta que me encontraba solo, y completamente desamparado.

Bruscamente, como un golpe, los ojos se me humedecieron, la vista se me emborronó, y el ya imparable llanto oscureció el resto de mis sentidos.

Sentí que unas sombras desfilaban a mí alrededor, sin poder distinguir su naturaleza. No era capaz de comprender si eran objetos o personas.

Mi llanto se hacía cada vez más fuerte, no existía ni el concepto de tiempo ni de espacio, solo angustia.

La situación para mí, era absolutamente incierta, mi cerebro no era capaz de pensar más que en el desamparo, por eso, todo mi cuerpo expresaba un llanto sin principio ni fin, era como la máquina del movimiento continuo, jamás podría dejar de llorar.

Noté en ese momento que alguien me tomaba de la mano, y un dolor agudo me sobresaltaba e interrumpía los hipidos del llanto. Este dolor estaba propiciado por un insistente golpear de una mano contra mis nalgas.

Se trataba de la mano de mi madre, que con su acción produce en mí un efecto igual que a un motor eléctrico a que de repente le cortan la alimentación.

Súbitamente desaparece la situación de desamparo, y la realidad vuelve a mí, me rodea, percibo las figuras, las gentes, los coches a mí alrededor.

Mi mamá, me grita no sé qué de irme solo, de escapar de mis padres… el culo se me puso rojo, pero yo no presté mucha atención. Solo pensaba que ya no estaba solo, que volvía a mi casa con mis papás, ¡que ya estaría siempre acompañado!


Con todo cariño para Amparo