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domingo, 27 de julio de 2014

Cara a la Sombra

D
ebería ser el año 1962, pues recuerdo que había cumplido los 11 años, cuando un buen día de primavera, acercándose el final del curso escolar, se me acerca mi padre, y muy solemnemente, me propone algo que a mí nunca se me hubiera ocurrido.

-Ya eres un niño bastante mayor, ya estás en condiciones de ir a un campamento de verano, conocer otros niños, estar al aire libre, y hacer durante 20 días una vida separada de tus padres.

Lo cierto es que la cosa no me gustó demasiado, no consideraba muy necesario eso de emanciparme por un período, aunque fuese corto, me parecía larguísimo. No me seducía la idea de marchar de mi casa, pasar las noches solo, no ver a mis primos, etc.

Los contras, los ponía yo, los pros los ponía mi padre.

-Te anotamos en la OJE (que era una organización proveniente de Falange, y adicta al Régimen). Te pondrán un uniforme precioso, con boina y todo.

Entre la presión recibida y tratando de vencer el temor que me invadía, con harto dolor de corazón, asentí.
El comienzo no fue sencillo, me costó bastante, yo era un niño sin hermanos, y siempre tuve miedo a relacionarme, es hoy, con mi madurez ya muy pasada, que todavía me cuesta dar el primer paso en las relaciones sociales.

Recuerdo la despedida en el autobús que salía de la parte de atrás del Kiosco Alfonso, cine muy conocido en A Coruña, muchos besos a los niños por un regimiento de padres y madres, muchas de ellas llorando, presencia eclética de  los hermanos mayores…

Sentí en ese momento la soledad dentro de la muchedumbre, y justo en el instante que iba a romper a llorar, me coge del brazo uno de los mandos, que me invita a subir al autobús.

A partir de ese momento fui realizando esfuerzos sobrehumanos para no expulsar las lágrimas que forzaban sin piedad mis párpados (nótese que los ojos no saben de vergüenza), poco a poco me fui concentrando en el viaje y lo que nos iban diciendo los encargados de nuestro autobús.

Se nos iba explicando a grandes rasgos como sería nuestra vida cotidiana durante la estancia en el Campamento.

También se nos explicó que si alguno tenía conocidos o amigos podrían juntarse y formar su “Escuadra”, que era la célula más pequeña de la organización del Campamento. Yo, como no conocía a nadie, me mantuve a la espera.


Al llegar a Gandarío, nos mandan formar, (no sabía bien lo que era eso), nos colocan por autobuses, entendiendo que en cada autobús nos habían agrupado por la vecindad de nuestros domicilios.

Como la mayor parte no nos conocíamos, fueron los propios jefes los que configuraron las escuadras, la suerte quiso que formáramos:
·         Miguel Pose, (Monucho), jefe de escuadra.
·         Manolo Díaz, (El Burro).
·         Javier Gutiérrez, (La Yegua).
·         Un servidor, (La Foca).

Como se puede observar, conformamos un zoológico bastante completo.

Lo cierto es que rápidamente conseguimos una amistad, que duró hasta el salto a la juventud y la entrada en la Universidad, donde nuestros caminos se separaron y por desgracia no nos volvimos a encontrar.

Nos gustaba mucho aquellas actividades que nos tenían programado: tirolinas, marchas, natación, judo, balonmano, hockey…

Lo cierto es que no nos gustaba nada lo de la disciplina, la formación, la instrucción (aquello de:¡firmes! ¡derecha!...), tampoco lo de la misa de campaña de todos los días, ni lo de izar y arriar bandera cantando el “Cara al sol”.

Es verdad que nuestros reparos no eran ideológicos, ya que a nuestra edad no pensábamos en esas cosas, nuestro desagrado se debía a que era un aburrimiento, y nos daba risa la solemnidad de esos actos.

Aclarado esto, debo decir, que éramos unos fenómenos, íbamos ganando en todo, mejor dicho en casi todo.

Nuestra tirolina fue la primara que se terminó de construir, en la marcha nocturna con brújula y mapa, fuimos los primeros en llegar a destino, ganó nuestro equipo de hockey, también ganamos al balonmano, en fin, lo ganamos casi todo.

Esto viene a cuento, porque el día anterior a nuestra vuelta a casa, se concedieron los premios, y nuestra escuadra sacó en primero, se nos entregó con toda formalidad, y como es natural, lo celebramos con saltos, abrazos, gritos, y cánticos:

¡Oe, oe, oe, oeoeoe…!

Todo nos parecía maravilloso, al cabo de un momento suena el silbato para la formación, era el acto de “arriar bandera”.

Nuestro cuerpo continuaba exultante, la energía de nuestra alegría nos salía por todos los poros.

Estábamos en situación de firmes, cuando el Jefe de Campamento: Paco Parga, grita:

¡Caídos por Dios y por España!

Nuestra respuesta fue contundente, y sin pensarlo, como una sola voz, nos salió de la garganta:

¡Presenteeee, eeeeee, eeeeeee, eeeeeee, eeeeeee, eeeeees!

Jamás logramos entender por qué le pareció mal este cántico al Jefe de Campamento, pero al terminar el acto, ordenó a la escuadra un paso al frente, y delante de todo el campamento formado, le arrancó a Monucho las insignias de Jefe de Escuadra, y nos despojó del título de campeones.

Nosotros nos miramos por el rabillo del ojo, y una risa contagiosa cruzó el aire, arrastrando cuatro sonoras carcajadas anunciadoras de los tiempos nuevos que se avecinaban.

Aquella última noche de campamento no pudimos dormir, por la risa, y por nuestra venganza, ya que en el medio de la noche nos acercamos sigilosamente a la puerta del dormitorio del Jefe de Campamento y le regalamos como agradecimiento cuatro hermosas meadas, y aprovechando la vuelta a la cama, y por ser la última noche, vaciamos nuestros tubos de pasta de dientes en los angelicales rostros de nuestros compañeros dormidos.

Al día siguiente, nos devolvieron a nuestros padres, todos felices, ya que habíamos pasado un verano estupendo.

Aunque a decir verdad, a partir de aquel momento, yo ya nunca me volví a colocar “Cara al Sol”, mi opción en adelante sería:


¡Cara a la Sombra!