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s primavera, hace calor, las noches son
casi de verano, animan a salir al fresco.
Hoy contaré algo que me sucedió… o acaso
no… ya no estoy seguro.
Hace unas noches me encontraba
intranquilo en la cama, la luz de la luna llena entraba por todas las rendijas
animando a la actividad, las piernas no me dejaban tranquilo queriéndose mover
de un lado para otro. Para no molestar, me levanté, deambulé por la casa,
tratando de no hacer ruido, agitado, me vestí y salí a pasear.
Caminé, caminé sin rumbo, no sé cuándo, recibo
un WhatsApp de mi hija que habla de mi nieto:
“Leo no para, no duerme, está inquieto,
llora y llora, no hay forma de calmarlo”.
Respondo inmediatamente, y con ganas:
“Prepáralo que lo saco a la calle, porque
yo tampoco puedo dormir, de esta manera a ver si por lo menos tú puedes
descansar”.
Me acerco a su casa dispuesto a enseñarle
a mi nieto “Vilagarcía la nuit”.
La luna está enorme, la noche se ilumina
como si fuera mediodía, la calle está atestada de gente.
Salgo de casa de mi hija con el
cochecito, la temperatura es agradable, caminamos al lado del mar, las olas van
rompiendo a nuestro lado con un ruido relajante, tengo la esperanza de que Leo
se duerma para devolverlo, pero imposible, ojos abierto casi por encima de las
cejas, conversa consigo amenamente: bú-bú, bú-bá…
Andando, andando, pasamos Carril, el niño
no duerme, llegamos a la playa de Bamio, al lado del Camping encuentro a tres
figuras negras, tres mujeres muy mayores vestidas de negro integral, con sus
pañoletas negras, sus faldas negras, una trenza negra caía por sus espaldas y
llegaba por debajo de la cintura, estaban sentadas en el pretil del puente, y …:
-Buenas noches.
-Buenas.
-¿Me hacen el favor de echar un vistazo
al niño mientras voy un momento detrás de esas matas? Ya saben ustedes que a
esta edad… la próstata…
-¡Vaya, vaya, no se preocupe!
Me aparté un minuto, y cuando vuelvo
siento unas carcajadas, unas risas que me produjeron una sensación inquietante.
Las tres viejas se encontraban alrededor
del cochecito y me impedían ver al niño.
-Muchas gracias, ya estoy listo.
Nada más decir esto, riéndose a
carcajadas y sin decir palabra desaparecen corriendo a una velocidad tal, que
no estaba siquiera al alcance de una atleta joven.
En principio no le di mucha importancia,
camine un poco más y vi en la playa a dos amigos que tienen por costumbre pasar
temporadas en el Camping.
-¡Qué sorpresa! ¿Tampoco podéis dormir?
-Claro, hoy es luna llena. ¿Cómo se te
ocurre traer hoy el niño por aquí?
-¿Por qué me lo dices?
-¿Es que no sabes que en las noches de
luna llena al lado del cementerio de Bamio, te pueden echar al niño un “aire de
muerto”?
-¡Pero vamos! ¿Vosotros creéis en esas
cosas?
-Ándate con cuidado, siempre se dijo por
aquí, que las brujas que viven en el cementerio buscan niños pequeños que estén
solos y los convierten en:
“niños-lamprea”
-No me cuentes fantasías.
-Que no son fantasías, que a este niño le
dio mucho la luna, y que no le va a hacer bien.
Me paro a mirar, y veo efectivamente, que
Leo sigue despierto, a mi parecer la cara se le oscureció, le miro la boca y
observo que le está saliendo una fila de dientes diminutos, afilados, curvados
hacia dentro.
-Pero, ¿Qué está pasando?
-¡Está claro, se está convirtiendo en
niño-lamprea!
-¿Qué puedo hacer?, pregunto angustiado.
-Ven, vamos a preguntar al sacristán de
Bamio, que él seguro que sabe lo que se pude hacer.
Nos acercamos a su casa, y pese la hora
intempestiva llamamos a la puerta.
-¿Qué me traéis aquí?
-Creemos que es un “niño-lamprea”, nos parece que lo acaban de convertir tres viejas,
que estuvieron un momento a solas con Leo.
-Dejadme ver, creo que sí, fijaos en este
saquito que colocaron dentro del coche del bebé.
-Es cierto, ese saquito no lo traía, dije
yo, mirando una pequeña bolsita que sacó el sacristán, y que era como esas
bolsas que se colocan con hierbas aromáticas para perfumar los armarios.
-Pues la cosa está complicada, ya que
antes teníamos en Catoira una persona que curaba, pero murió hace años, y ahora
que nadie cree en estas cosas, no nos preocupamos de trasmitir la sabiduría a
las futuras generaciones.
-Creo que en este momento, lo mejor que
puedes hacer es llevarlo rápidamente al Hospital del Salnés. Date cuenta que en
el momento que quiera comer y se acerque a la teta materna, se va a pegar con
sus dientes y no la va a soltar jamás, causando seguramente la muerte de la
madre.
Con este panorama, ya sin angustia, esta
vez temblando de miedo real, pido a mis amigos que me acerquen al Hospital, y
salimos a toda prisa.
Entramos en urgencias, casi no había
gente, eran las tres de la mañana, nos recibió una enfermera, y me preguntó:
-¿Qué tiene el niño?
Yo le contesto con un poco de miedo:
-Se está convirtiendo en “niño-lamprea”.
La mujer no puede con la respuesta y
expulsa una sonora carcajada.
Enseguida le corto:
-Oiga, que esto es una cosa muy seria.
Creo que no me hizo mucho caso porque nos
mandó a la sala de espera.
Yo les digo a mis amigos:
-Podéis marcharos, no tenéis por que
quedaros, el favor ya me lo habéis hecho.
-Vale, entonces nos vamos, que mañana hay
que trabajar. Esperamos que se solucione.
Pasa el tiempo, la espera es
interminable, el niño tiene hambre, el llanto es terriblemente angustioso,
esperamos.
Por fin nos recibe un médico, le cuento y
lo mira.
Leo, de un salto se abalanza y muerde en
el antebrazo al médico que lo atiende.
Instintivamente le da un manotazo que le
obliga a soltar el brazo mordido. Veo que con el golpe, dos de sus pequeños
dientes le saltan al suelo, e inmediatamente otros tres dientecillos van a
ocupar su lugar.
El doctor, asustado, llama a sus
asistentes, aparecen dos enfermeros y otra médica de guardia.
El médico grita compulsivamente, y llama
a las fuerzas de seguridad, apareciendo casi inmediatamente dos guardias-jurados.
Su ira desatada, mezclada con el miedo a
lo desconocido, hace que emita una orden que me pone los pelos de punta:
-¡Cojan una jaula, y metan a ese niño
dentro!
Mis entrañas se rebelaron al escuchar
semejante panorama, y mi cabeza reaccionó como una flecha disparada por un
arco.
Sin mediar palabra, cojo a mi niño, y
echo a correr por los pasillos del Hospital.
-¡A mi nieto, no lo enjaula nadie!
No sé cómo, salgo por la lavandería,
corro a la calle, y con el fresco de la noche parece que recobro fuerzas.
-¿Qué hago? ¿A dónde voy?
Me paro a pensar y veo que no sé qué
hacer. Se me ocurre buscar refugio en mi casa y después pensar.
Empiezo a correr. Corro por los caminos
de las aldeas, esquivando la carretera general, pues pienso que lo primero que
van a hacer, es mandar un coche a mi búsqueda, y por el camino más fácil. Me adentro
en Rubianes, Zamar, Cornazo, Santa Mariña… los perros de las casas aúllan a mi
paso, como presintiendo el problema, corro, me ahogo, no puedo más, me caigo,
todo me da vueltas…
Siento un estruendo, un ruido terrible,
me incorporo, todo está oscuro, sudo, ¡no veo a Leo!, ¡es el despertador lo que
suena!, veo a mi alrededor los muebles conocidos de mi habitación.
¿Qué ha pasado?
Son las seis y media, me levanto, voy a
la ducha, ¡que angustia!
Desayuno algo, y marcho a casa de mi
hija, estoy llegando, mando un WhatsApp, ¿estás despierta?
-Sí.
-¿Te importa que suba a ver a Leo?
-Está durmiendo, pero vente si quieres…
Subo, entro en casa, angustia, ¿Dónde
está?
-Mira.
¡Lo veo, una preciosa cara blanca, unos
labios finos con una boca de mamoncillo sin sombra de dientes!
Lo toco, un beso, un abrazo, el olor de
niño pequeño, el cariño…
¡Mar, dame un vaso de agua!
Me siento, bebo, y espero.
¿Qué habrá pasado?
Yo creo que fue real, pero… ¿a quién se
lo podré contar?
Alguno de vosotros va a creer en la
existencia de:
“Los niños-lamprea”