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ebería ser el año 1962, pues recuerdo que
había cumplido los 11 años, cuando un buen día de primavera, acercándose el
final del curso escolar, se me acerca mi padre, y muy solemnemente, me propone
algo que a mí nunca se me hubiera ocurrido.
-Ya eres un niño bastante mayor, ya estás
en condiciones de ir a un campamento de verano, conocer otros niños, estar al
aire libre, y hacer durante 20 días una vida separada de tus padres.
Lo cierto es que la cosa no me gustó
demasiado, no consideraba muy necesario eso de emanciparme por un período,
aunque fuese corto, me parecía larguísimo. No me seducía la idea de marchar de
mi casa, pasar las noches solo, no ver a mis primos, etc.
Los contras, los ponía yo, los pros los
ponía mi padre.
-Te anotamos en la OJE (que era una
organización proveniente de Falange, y adicta al Régimen). Te pondrán un uniforme
precioso, con boina y todo.
Entre la presión recibida y tratando de vencer
el temor que me invadía, con harto dolor de corazón, asentí.
El comienzo no fue sencillo, me costó
bastante, yo era un niño sin hermanos, y siempre tuve miedo a relacionarme, es
hoy, con mi madurez ya muy pasada, que todavía me cuesta dar el primer paso en
las relaciones sociales.
Recuerdo la despedida en el autobús que
salía de la parte de atrás del Kiosco Alfonso, cine muy conocido en A Coruña,
muchos besos a los niños por un regimiento de padres y madres, muchas de ellas
llorando, presencia eclética de los hermanos
mayores…
Sentí en ese momento la soledad dentro de
la muchedumbre, y justo en el instante que iba a romper a llorar, me coge del
brazo uno de los mandos, que me invita a subir al autobús.
A partir de ese momento fui realizando
esfuerzos sobrehumanos para no expulsar las lágrimas que forzaban sin piedad
mis párpados (nótese que los ojos no saben de vergüenza), poco a poco me fui
concentrando en el viaje y lo que nos iban diciendo los encargados de nuestro
autobús.
Se nos iba explicando a grandes rasgos
como sería nuestra vida cotidiana durante la estancia en el Campamento.
También se nos explicó que si alguno
tenía conocidos o amigos podrían juntarse y formar su “Escuadra”, que era la célula
más pequeña de la organización del Campamento. Yo, como no conocía a nadie, me
mantuve a la espera.
Al llegar a Gandarío, nos mandan formar,
(no sabía bien lo que era eso), nos colocan por autobuses, entendiendo que en
cada autobús nos habían agrupado por la vecindad de nuestros domicilios.
Como la mayor parte no nos conocíamos,
fueron los propios jefes los que configuraron las escuadras, la suerte quiso
que formáramos:
·
Miguel Pose, (Monucho), jefe
de escuadra.
·
Manolo Díaz, (El Burro).
·
Javier Gutiérrez, (La Yegua).
·
Un servidor, (La Foca).
Como se puede observar, conformamos un
zoológico bastante completo.
Lo cierto es que rápidamente conseguimos
una amistad, que duró hasta el salto a la juventud y la entrada en la
Universidad, donde nuestros caminos se separaron y por desgracia no nos
volvimos a encontrar.
Nos gustaba mucho aquellas actividades
que nos tenían programado: tirolinas, marchas, natación, judo, balonmano,
hockey…
Lo cierto es que no nos gustaba nada lo
de la disciplina, la formación, la instrucción (aquello de:¡firmes!
¡derecha!...), tampoco lo de la misa de campaña de todos los días, ni lo de
izar y arriar bandera cantando el “Cara al sol”.
Es verdad que nuestros reparos no eran
ideológicos, ya que a nuestra edad no pensábamos en esas cosas, nuestro desagrado
se debía a que era un aburrimiento, y nos daba risa la solemnidad de esos
actos.
Aclarado esto, debo decir, que éramos
unos fenómenos, íbamos ganando en todo, mejor dicho en casi todo.
Nuestra tirolina fue la primara que se
terminó de construir, en la marcha nocturna con brújula y mapa, fuimos los
primeros en llegar a destino, ganó nuestro equipo de hockey, también ganamos al
balonmano, en fin, lo ganamos casi todo.
Esto viene a cuento, porque el día
anterior a nuestra vuelta a casa, se concedieron los premios, y nuestra
escuadra sacó en primero, se nos entregó con toda formalidad, y como es
natural, lo celebramos con saltos, abrazos, gritos, y cánticos:
¡Oe, oe, oe, oeoeoe…!
Todo nos parecía maravilloso, al cabo de
un momento suena el silbato para la formación, era el acto de “arriar
bandera”.
Nuestro cuerpo continuaba exultante, la
energía de nuestra alegría nos salía por todos los poros.
Estábamos en situación de firmes, cuando
el Jefe de Campamento: Paco Parga, grita:
¡Caídos por Dios y por España!
Nuestra respuesta fue contundente, y sin
pensarlo, como una sola voz, nos salió de la garganta:
¡Presenteeee,
eeeeee, eeeeeee, eeeeeee, eeeeeee, eeeeees!
Jamás logramos entender por qué le
pareció mal este cántico al Jefe de Campamento, pero al terminar el acto, ordenó
a la escuadra un paso al frente, y delante de todo el campamento formado, le arrancó
a Monucho las insignias de Jefe de Escuadra, y nos despojó del título de
campeones.
Nosotros nos miramos por el rabillo del
ojo, y una risa contagiosa cruzó el aire, arrastrando cuatro sonoras carcajadas
anunciadoras de los tiempos nuevos que se avecinaban.
Aquella última noche de campamento no
pudimos dormir, por la risa, y por nuestra venganza, ya que en el medio de la noche
nos acercamos sigilosamente a la puerta del dormitorio del Jefe de Campamento y
le regalamos como agradecimiento cuatro hermosas meadas, y aprovechando la
vuelta a la cama, y por ser la última noche, vaciamos nuestros tubos de pasta
de dientes en los angelicales rostros de nuestros compañeros dormidos.
Al día siguiente, nos devolvieron a
nuestros padres, todos felices, ya que habíamos pasado un verano estupendo.
Aunque a decir verdad, a partir de aquel
momento, yo ya nunca me volví a colocar “Cara al Sol”, mi opción en adelante
sería:
¡Cara a la Sombra!