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ecuerdo un día en
que me compraron una gabardina en For, era ésta una tienda perteneciente a una
cadena de varios establecimientos que en aquel momento estaba de máxima moda en
Coruña. El dependiente, hombre hábil donde los haya, estableció rotundamente y
sin ningún género de duda la extraordinaria característica de impermeabilidad
de la prenda. Yo desde luego y con 10 hermosos e inocentes años a la espalda lo
creí a pies juntillas, en ningún momento pude dudar de la firme aseveración del
vendedor; tampoco, creo en este momento, comprendí el alcance real de sus
palabras, ya que por mi parte estaba absolutamente seguro que con dicha prenda
me encontraba aislado del agua cual traje de buzo.
El colegio comenzaba en el mes de
octubre, alrededor del día cuatro, me acuerdo porque ese era el día de mi
santo. Yo empezaba el curso de ingreso, la ilusión del nuevo curso me salía por
los poros de mi cuerpo. Don Emilio, mi profesor, era como mínimo, sorprendente.
Con esta preciada carga sentimental me
enfrentaba con el inicio del invierno. A los pocos días del principio del
curso, se puso a llover, pero a llover como se ponía antes, es decir, que no paraba.
Yo con mi gabardina nueva y su flamante capucha, todavía conservo en mi memoria
ese agradable olor que desprendían las prendas nuevas de algodón, absolutamente
convencido, ya no de su impermeabilidad, estaba seguro de su estanqueidad, me
coloco en la calle Pardo Bazán, debajo de un canalón para enseñarle a mis
amigos el efecto de la prenda. Para corroborar la certeza del hecho, levanto
mis brazos y me paseo de canalón en canalón. Este experimento científico me
costó un contacto directo con la zapatilla de mi madre, desde luego durante
bastante más tiempo del que yo hubiera deseado.
Sigue escribiendo y contando tus historias.Se agradece.
ResponderEliminarY se agradece de verdad leerte...
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