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ay años en los que uno piensa que las
estaciones no pasan, que la lluvia va a perdurar, que el invierno será eterno.
Si cuento lo que me está afectando mi
entorno social, y no solo la meteorología podría decir:
El invierno es gélido, la escarcha de mi pelo baja a mi frente,
a mi espíritu, el dolor de mis conciudadanos, coloca carámbanos helados que se
constituyen en barrotes carcelarios en mi mente, impidiendo el descanso, el
sueño plácido, la restauración del intelecto.
Hoy no fue un día grato, hoy fue un día
de lucha, de pelea por un amigo. Todavía me cuesta escribir.
Pero…
Después de hacer todo lo que buenamente
pude, me vine a casa, comí un trozo de queso y con mis amigas “Lola y Lila” me
tiré al monte.
La humedad en los huesos, en las
articulaciones, en el corazón, en la cabeza, en una palabra: “humedad en el
alma”.
-Caminamos los tres.
-Caminamos…
-Caminamos…
El llanto del alma se diluye con el sudor
del cuerpo.
Mis amigas con sus lamidos y sus
ronroneos reconfortan y restauran mi “yo”.
Cansados llegamos a casa. Me siento
delante de la puerta y el olor del jazmín hace que despierte mi sensibilidad.
¡Pese a todo ha llegado
la primavera!
Y es completamente cierto, la primavera
ha llegado, el cuco empezó a cantar en los bosques, las retamas florecieron,
los frutales asoman su deseo de creación. Todo es vida.
Pensando y pensando delante de mi puerta
veo pasar las nubes. Prefiero no pensar, prefiero respirar el aroma de la
primavera, es como un balneario, en este caso en vez de agua es un baño de
aromas.
Por estos resortes mentales, que
solamente los sabios conocen, me llega la imagen de mi amigo Rogelio.
A Rogelio, lo conocí hace la friolera de
37 años. Era mi primer destino laboral, viví con el él sabor de la aldea.
Conocí el amor que una persona puede dispensar a un canario, y a sus
semejantes.
Rogelio era un hombre bueno, regentaba
una de las dos farmacias del pueblo, gracias a su bondad, el que no tenía para
pagar las medicinas que le recetaba el médico, contaba con Rogelio, nunca se le
urgía el pago.
Siempre estaba dispuesto a ayudar:
Un día, estaba solo en la oficina, era feria,
tenía el patio de operaciones absolutamente lleno, estaba esperando a un compañero
que me iba a ayudar en esa jornada, abrí la caja fuerte, retiré el dinero que creía
necesario para el pago de pensiones, con las prisas, al cerrar la caja, mi dedo
índice queda aprisionado entre las dos hojas de la “Pibernat”.
El dolor fue tan intenso que no lo noté.
Perdí el conocimiento.
Alguien llama a Rogelio.
Rogelio deja su Farmacia y viene a ver qué
pasa alarmado por los gritos.
Toma conciencia del asunto, entre él y
dos personas más, me introducen en el “600” de Rogelio (de color verde),
advierte a los clientes que no toquen nada, y me lleva al médico.
En la consulta del médico voy recobrando
el conocimiento y el ánimo, me mira el dedo, por extraño que parezca, no tengo más
que magulladuras simples.
Me hace una cura, Rogelio me devuelve al
trabajo.
Los dos nos incorporamos a nuestras
labores, yo pedí un refuerzo, que vino de una sucursal cercana, Rogelio se puso
a despachar sus medicinas, y es de destacar que nadie se quejó de la situación.
-Era el siglo pasado.
-A lo mejor éramos de otra manera.