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partir de la Guerra Civil y hasta casi la
llegada de la democracia, las mujeres conseguían su realización social por
medio del matrimonio.
Aquellas que al cumplir los treinta años
no habían alcanzado este estado “ideal”, se convertían en solteronas, mujeres
secas, y se suponía que amargadas.
Su destino como persona dejaba mucho que
desear, las pandillitas de la adolescencia se iban poquito a poco quedando
huérfanas. Las niñas se iban casando, y por ende abandonaban su círculo de
amigas, ya que tenían “ocupaciones mucho más interesantes”, como eran el marido
y los hijos, y que por medio de éstos se le abrían los círculos sociales de los
adultos.
La vida de aquellas pandillas, con la
edad se hacían más aburridas, a medida que se iban mermando las diversiones
eran menores: el paseo por la Calle Real, la sesión de Cine el domingo a las 6,
porque la de las 8 de la tarde, que era la de los matrimonios, no les permitía
estar en casa de los padres antes de las 10 de la noche, hora fatídica para
cualquier chica soltera.
Esos grupitos quedaban reducidos en el
mejor de los casos a dos o tres personas, que siempre andaban juntas, y aunque
se odiasen íntimamente. Estaban obligadas a soportarse, por ser ésta la única
posibilidad de salir de casa.
Hoy quiero con estas notas traer el
recuerdo de un cierto grupo de mujeres olvidadas, que en aquel momento
sufrieron en silencio sus soledades.
Porque sepan ustedes que en el caso de
las solteronas también se hacían distingos:
Por un lado, aquellas denominadas “ricas
de cuna”, cuyo problema era más llevadero, ya que podían acceder a lugares y
situaciones vedados para las otras.
También encontramos otro grupo bastante
más interesante, “las estudiadas”, que eran aquellas, que aún sin ser ricas, su
familia se permitía, en muchos casos con grandes sacrificios, proporcionarles
estudios y preparación para una vida de soltería. La mayor parte pasaron a
engrosar la función pública.
Desgraciadamente las que quedan, se encuentran en
estos momentos sin una paga extraordinaria.
Yo hoy me quiero referir a aquellas, cuya
extracción social no les permitía acceder a los estudios ni a ningún otro tipo
de preparación, y cuyas familias no podían conservarlas en el rol de “Tía”.
En estos casos la vida fue dura, a muchas
le negaron la entrada en las fábricas por darles primero trabajo a las que
tenían una familia que mantener, otras se metieron a servir en casas pudientes,
y por tanto explotadas al máximo, aguantando 24 horas al día una familia
extraña.
Había entre este grupo unas profesionales
que siempre me llamaron la atención.
Aquellas chicas solían asentarse en
locales chiquitos, en muchos casos aprovechando pequeños rincones en los
portales, o compartiendo local con algún que otro comercio, generalmente
mercerías.
Eran las chicas que cogían los puntos a
las medias, poseían unas máquinas maravillosas que hacían al trabajar un
hermoso zumbido: Schiiiiiiiiiiiissssss.
Se colocaba la media encima de un tubo y
con algo parecido a una jeringuilla de practicante, iban reparando poco a poco
las faltas.
Una peseta les bastaba para dejar a las
señoras las medias nuevas.
Pero no se contentaban con eso solo, en
la mayoría de los casos también alquilaban novelas, Corín Tellado, Macial
Lafuente Estefanía…
Era lo que hoy se llamaría “Emprendedoras”.
Emprendedoras, de trabajo de 12 horas
diarias, encorvadas encima de su mesita, con su flexo alumbrando con una
bombilla de 25 W…
Emprendedoras, de dejarse la piel y la
vida en aquellas mesitas.
Les quedaba el consuelo de hablar con las
parroquianas, del último asesinato que viene en El Caso, de la película que
estrenan en el Avenida, del novio de Inés la chica que trabaja en el tercero de
la casa de enfrente, y que parece que anda rondando a otra, de si el marido de
Puri se emborracha… Pero sigue estando sola en su mesa con su trabajo, y la
vida sigue, lo mismo da que sea verano o invierno, bueno en el verano tienen
menos trabajo porque la señoras no se ponen medias…