C
|
ae la tarde.
Hace un momento que llegué a casa después
de un bonito paseo en bici, aunque con incidencia: pinchazo y reparación.
Una ducha, y una vez cambiado y después
de dar de comer a mis perras, me siento delante de la puerta de la cocina, al
aire libre, con la vista perdida en el paisaje de la huerta, una botella de
agua fresca, unas cuartillas, y…
El sol está cayendo. Los colores del
ambiente que me rodea, antes verde intenso, rojos de las flores, azules de las
hortensias, ahora se difuminan, el dibujo se vuelve pastel.
No se mueve una hoja, temperatura
agradable. La vida a mi alrededor está en calma.
En este momento sube a mi memoria, que
esta misma placidez, la viví otrora, de niño, aunque no en la naturaleza, si no
en un lugar más humilde; hablo de la casa de vecinos en donde nací.
Yo vivía en el tercer piso, de una casa
de cuatro, por supuesto sin ascensor, ¿total para qué?, si la mayor parte de
las veces subía y bajaba por el pasamanos.
Eran tiempos de verano, de vacaciones. Me
levantaba por la mañana temprano, ya que antes de ir a la playa había muchas
cosas que hacer: el desayuno, el tazón de leche con pan, y luego los deberes,
el dictado: …”hallábase el aya durmiendo al niño en su cuna de haya…”; las cuentas,
la multiplicación, la división por cuatro cifras… la prueba… ¡no me da!...
Por la ventana abierta del patio escucho
una melodía:
¡Es el auténtico canto del Ama de Casa!
En el piso de arriba, “Gela”, soltera
madurita, hija de viuda, cuidadora de su madre y su hermano también soltero
(del que no se le conocía oficio), estaba haciendo la limpieza del hogar.
En aquellos tiempos, las mujeres de la
casa, limpiaban y cantaban; algunas lo hacían muy bien, otras regular, y otras
mal, pero todas cantaban.
Gela cantaba siempre la misma canción. A
mí me trasportaba. La pieza estaba entonces de moda:
“India
del Paraguay”
Es curioso, pero me consta que no se la
sabía toda, solo entonaba dos o tres estrofas y las repetía, las repetía toda
la mañana.
Yo lo prefería a la radio, también es
verdad, que a esas horas, salvo que estuviese enfermo, no me dejaban ponerla.
Pero aquella mezcla de música acompasada
con el ritmo que proporcionaba su actividad comunicaba un apacible sosiego que
al oído me decía:
¡Nuestro mundo es pequeñito,nunca nos va
a pasar nada estando en casa!¡Todo lo que pueda suceder está reducido a mi
patio y mi escalera!
Por desgracia, vamos creciendo, nos vamos
de nuestra escalera, vemos otros patios, en fin, que ocurren cosas.
Me hice mayor, las “Amas de Casa” dejaron
de cantar, y los niños dejaron de oír ese vivo sonido producido por las mujeres,
la tecnología y el desarrollo social les impidió sentir esas sensaciones.
Hoy los niños tienen mejores aparatos con
los que se pueden escuchar buenas grabaciones, mejores sonidos (también
peores); pero el sentimiento que trasmitía una señora enfaenada, demostrando su
alegría, eso no lo recuperaremos.
El último vestigio de la canción del “Ama
de Casa”, me lo contó un antiguo compañero de trabajo, hoy también jubilado:
Debe de hacer de esto unos quince años, en
su edificio vivía una mujer encantadora y alegre, que mantenía esa antigua
costumbre.
Pues bien, un vecino, meapilas malhumorado,
presentó en una reunión de propietarios una queja sobre los cantos que nuestra “sirena”
emitía en su laboreo.
Como no podía ser de otra manera, al
agrio vecino, le calló una reprimenda por parte de la asamblea.
Ciertamente vamos perdiendo sensibilidad.
¿Qué será de nuestros niños sin los cantos de nuestras madres?
¡Rescatemos
a nuestros Bardos y Bardas para amenizar nuestros hogares, nuestros barrios,
nuestras escaleras!
No en todas partes, Paco, en Vista Alegre, 20 todavía hay quien canta, y muy bien, todo el día haciéndo sus tareas, es un verdadero placer.
ResponderEliminarMis vecinos también van servidos, aunque yo no le doy a la copla sino al bolero.