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sábado, 10 de enero de 2015

El Admiral Graf Spee (Consecuencias de una guerra)

E
l año 2014, se cumplió el primer centenario del comienzo de la primera guerra mundial. El recuerdo de sus consecuencias hace temblar a la conciencie más dura. Pero el objeto de mi relato no es reflejar toda esa desgracia.

Yo no soy la persona indicada para reflejar esta barbarie, porque mi mente repugna todo tipo de violencia, y por ende, la guerra.

Pero para desarrollar el argumento de mi narración, sí que necesitamos saber algunas cosas que este suceso trajo sobre el mundo de la época.

Cuando termina la I Guerra Mundial, en el 1918, se firma el armisticio de Versalles, con lo que se le impone a Alemania, como potencia perdedora, una serie de condiciones, entre otras, la destrucción de gran parte del armamento pesado, así como la limitación dentro de sus fábricas de armas y astilleros, dejando su supervisión a las potencias ganadoras del conflicto.

Una de las grandes penalizaciones dentro de la construcción de barcos de guerra, fue la limitación del tonelaje.

La consecuencia fue que Alemania no pudiese durante el período de entreguerras, construir grandes acorazados, que en el mar, eran en ese momento el armamento definitivo, y el que aseguraba la prevalencia de las grandes potencias en el océano.

La industria alemana no se amilanó, y dentro de esa carrera armamentística, producto de entreguerras, desarrolló una nueva tecnología, tratando de vencer la carencia que obligaba el tratado de Versalles.
Se crearon lo que se dio en llamar “Acorazados de Bolsillo”, que consistían en barcos de medio tonelaje, autorizados por el tratado, pero con una potencia de fuego de un acorazado, insólito en el momento.

Uno de los más admirados, botado en su momento a bombo y platillo por el propio Adolf Hitler, fue el “Admiral Graf Espee”.

En el triste acuerdo de la “no intervención” dentro de la Guerra Civil Española” navegó como vigilante de las costas de la península, costeando e iniciando sus prácticas para la futura II Guerra.

En el 1939, y terminada la guerra española, a la espera de órdenes de invasión de Polonia, el Graf Espee, recala en el puerto de A Coruña, más tarde se hace a la mar, y comienza el período pre-guerra persiguiendo y hundiendo barcos de transporte en el atlántico sur.

Es perseguido por la flota inglesa, y se refugia en el puerto de Montevideo donde por su carácter neutral obliga al Graf Spee a salir a mar abierto por presiones de los Aliados.

El capitán, a la salida del puerto, decide preservar el secreto de la tecnología del acorazado y frente a la imposibilidad de escapar decide hundir su barco en el medio del Río de La Plata.

Los supervivientes fueron capturados, hechos prisioneros en un campo de concentración en la isla Martín García, de donde se fugan el cuatro oficiales, en el velero Halcón, cruzando el Atlántico, y llegando a las Canarias y de allí a Alemania poco antes de terminar la guerra, eludiendo la vigilancia marítima de los aliados.

Curiosamente este velero fue encontrado por unos aficionados al mundo de la vela de A Coruña, y en este momento se encuentra restaurado y fondeado en el Club Náutico de la ciudad.

Pues bien, retrocediendo unos años, allá por 1938,el Graf Spee, en su labor de vigilancia de las costas españolas, arriba al puerto de A Coruña para avituallarse y hacer una visita de cortesía a la ciudad, ya que en ese momento estaba constituida como un feudo franquista.

El acorazado organiza unas jornadas de puertas abiertas para los coruñeses. El movimiento propagandístico del III Reich estaba exultante, y la mayoría de la población se consideraba germanófila.

Las colas que se formaron para subir al barco eran eternas, pero un coruñés como es debido aguanta a pie firme las inclemencias y las incomodidades en aras de la novedad.

Una de las grandes innovaciones que presentaba el buque era su descomunal telémetro. Para los que ignoren este ya antiguo aparato les diré que es un instrumento óptico con unas lentes enormes, colocadas a cada costado del barco. Si miramos por el aparato un objeto lejano, y al estar las dos lentes tan separadas, lo veremos borroso, desenfocado, si movemos las lentes hacia el punto concreto, lo iremos aclarando, una vez que esté claro, enfocado, sabremos su distancia, ya que formará parte de un triángulo isósceles donde conocemos el tamaño de la base y los ángulos que forman los dos lados restantes.


Bien, pues aunque parece una tontería, esto forma parte esencial de mi relato, en el que interviene parte de mi familia.
 


Un día de verano, mi tía Pacucha, que en aquel momento tenía unos adolescentes 18 años, estaba encargada por mi abuela Eulogia, de llevar a sus dos hermanos con dos primos, todos bastante más pequeños, a la playa de San Amaro.

Como el día estaba bueno, salieron temprano, y como tenían mucho tiempo, fueron dando un paseo por Los Pelamios, que era una zona rocosa donde rompían las olas, y de difícil acceso.

Jugando, jugando, escalando las rocas, los niños lo iban pasando estupendamente.

Mi tía Pacucha sintió de repente como la vejiga pedía espacio, intentó por todos los medios aguantar, cuando ya no fue posible, trató de esconderse de los niños para que no la vieran, imposible, pero como la cabeza en los momentos de necesidad actúa, se le ocurrió iniciar un juego:

-Vosotros os escondéis, y yo os busco.
-Vale.
-Cuento cincuenta.

Echaron todos a correr, y el que más y el que menos se escondió detrás de una roca.

Aprovechó entonces, y tranquilamente y en cuclillas fue dando rienda suelta a su necesidad.

Seguidamente aparecieron todos los niños, y juntos se dirigieron a la playa.

Después del baño, y de vuelta a casa, primero dejan a los primos, que vivían muy cerca.

El tío Jacinto estaba casado con la tía Pepita, hermana de mi abuela, y por lo tanto tía carnal de Pacucha, y madre de los primos que les acompañaban.

Pues con mucha sorna el tío Jacinto se dirige a mi tía Pacucha y le dice:

-Pacucha, si tienes que hacer pis, de nada vale que mandes marchar a los niños, si te está viendo toda Coruña.


Y es que el telémetro del Admiral Graf Spee, con su óptica alemana de última generación, y en su demostración ante el pueblo de Coruña calculó la distancia existente entre el barco y una adolescente haciendo pis en Los Pelamios.