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stos tiempos que vivimos me hacen
estremecer, me hacen recordar otros momentos duros vividos en mi infancia, y
quiera la suerte de la política que no los volvamos a vivir.
Yo nací en el año 1951 en plena
posguerra, todavía llegué a ser titular de la cartilla de racionamiento, aunque
en breve fue eliminada. Pero continuaron durante muchos años muchas
restricciones, no solamente económicas, sino que también políticas, morales,
tecnológicas y de las diversa índoles que se nos ocurran.
Mi padre empezó a trabajar en el Banco de
España en el año 1938, su primer destino fue en Sevilla, luego lo trasladaron a
Santiago de Compostela, y posteriormente A Coruña.
En aquellos tiempos los bancos tenían
jornada de mañana y tarde, ya que solo se consiguió la jornada continua, es
decir de 8 a 15, después de una larga lucha acompañada de huelga del sector.
Pero lo fundamental en este caso, es que
no existían ordenadores, y las cuentas se hacían a mano (que conste que yo,
habiendo empezado a trabajar en la Caja de Ahorros el año 1976, todavía se
hacían los cálculos a mano, y se anotaban las libretas con bolígrafo).
El día 31 de diciembre de cada año, los
trabajadores de la banca, estaban convocados en sus oficinas correspondientes,
para realizar un trabajo ímprobo, penoso, largo, tedioso…, se trataba de
calcular los intereses de todas las cuentas de la sucursal.
Malamente estos empleados tomaban las
uvas con sus colegas, y seguían calculando, calculando, calculando…, hasta las
3 o 4 de la mañana.
Durante los años de mi infancia, nunca
tuve la oportunidad de tomar las uvas con mi madre y mi padre en casa.
Pero ahora que ya soy mayor, me viene a
la mente, que mi madre tampoco vivió un fin de año en familia en veinte años.
Todo esto no quiere decir que en mi casa
no se tomaran las uvas.
¡Si se tomaban!
El día de fin de año, mi madre siempre me
tenía una cena especial, y siempre tenía dispuesta mi gaseosa en copa de
champán.
A las nueve de la noche, mi madre y yo,
nos poníamos a cenar. Siempre ponía algo de la comida de año nuevo (en la que
estábamos siempre todos), o un trozo de pavo, o cochinillo, o cualquier otra
cosa.
Tenía que apurar a cenar, porque
enseguida llegaban las campanadas, la radio estaba encendida, hablaban del año
nuevo, de mejores proyectos, todo iba bien, el país crecía, era el año 1955, no
había calefacción, ni agua caliente en casa, ni demasiada corriente eléctrica.
La cena, mamá me miraba, me abrigaba con
una manta…
- Apura, que dan las campanadas, (un beso).
- Ya apuro, espera…
- La radio avisa, pronto darán las señales horarias.
- Fría noche en la mesa camilla.
- Nochevieja de soledad.
Las uvas están en la mesa, la radio está
preparada, van a dar las señales horarias.
Mamá con una campana en la mano, toca la
hora, uva a uva, despacio para no atragantarme, golpe a golpe, tomo
las diez uvas…, cansado, cansado, muy cansado,
me lleva a la cama.
Mañana veré a mi papá…
Este relato va dedicado a todos los
trabajadores del sector, y que en este momento socio-político se encuentran en
grave situación de seguridad en su puesto de trabajo.
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