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martes, 10 de junio de 2025

Las Mil y Una Noches

 

Hoy, en una sesuda reunión, y discutiendo temas de importancia, una compañera (María), me mira, y muy decidida me exige:

-¡Dame tus gafas!, porque las  tienes tan sucias que seguro que no puedes ni verme la cara.

Por mi parte pensé: Desde luego, tiene razón, decididamente no veo nada.

Ella, con mano diestra, y ayudada de una esponjilla especial para tales menesteres, diluyó el velo que cerraban mis ojos, y por fin, pude volver a la realidad.

Todo esto que describo no debería ser nada especial, si no fuese porque la mente, a veces, juega con nosotros.

En este preciso momento, y ocupando el lapsus de unos pocos segundos, volví a mi infancia:

Cuando era niño, mi madre me dio a leer los cuentos de “Las Mil y Una Noches”, narración en la que la Princesa Sherezade, para salvar su vida, contaba cada noche un cuento al Sultán, dejando para el día siguiente el final del mismo, prolongando de esta manera su vida, dado el interés que suscitaba cada narración.

Uno de los cuentos, desde luego, no el más famoso, se titula: “El árbol que canta, el pájaro que habla, y la fuente del oro”.

En él se trata de unos hermanos que marchan de la casa paterna y caen en las garras de los encantamientos (hoy quizá serían los camellos). La hermana pequeña, decide ir en su rescate, lanzándose al camino.

Era, como todas las hijas pequeñas de los cuentos, dadivosa y de gran corazón.

Andando, y andando, en el camino se encuentra con un Derviche, muy viejecito, y que no veía; la chica se acerca a él y se ofrece a cortarle las cejas, que las tenía largas, muy largas, tan largas que no le permitían ver.

El Derviche, al encontrarse liberado, y en agradecimiento, le ofrece a la joven las claves necesarias para desencantar a sus hermanos, que más adelante utilizará para su liberación.

Fueron unos segundos nada más en los que yo me convertí en Derviche, un momento de felicidad que necesito agradecer.

Siento  no haber podido darle a María las claves para desencantar el propósito que persigue en su camino, pero estaré eternamente agradecido por ese pequeñísimo momento en que su generosidad me convirtió en Derviche.

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