Muchas personas no entenderían este pequeño relato si no explico primero ciertas claves fundamentales:
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Tengo un gran amigo, entrañable y admirado amigo,
que es un gran aficionado y buen jugador de Ajedrez.
Permitidme decir, que es una persona que
dedica gran parte de su tiempo libre a enseñar ese apasionante juego a más de
cien niños, educándolos, formándolos como personas, cuidándolos en el ocio,
siempre con un gran desgaste de tiempo, y demostrando una enorme vocación de
formador, acompañada de un patente cariño por la juventud.
Es el “alma mater” de un club de ajedrez
que participa en todas las competiciones posibles y disponiendo de varios
equipos actúan en todas la categorías. Tiene niños que se codean con los
mejores maestros del juego a nivel español. Es decir, no falta de nada.
Dicho todo esto, paso a referir el suceso
que me ocupa, y que por su temática requería esta aclaración:
-¡Cielos, hoy hay un campeonato de
Ajedrez!
-¡Voy a verlo! ¡Veremos quien juega!
Todo esto lo iba pensando, y a la vez
entrando en el local. El silencio era sepulcral, la tensión se palpaba, el aire
estaba cargado, debido al esfuerzo intelectual que ejercían los participantes,
y que telepáticamente nos trasmitían a los mirones. Sin conocer la técnica, me
di cuenta que poco a poco me sumergía en el ambiente, ¡lo estaba empezando a
vivir!. Me di cuenta que me estaba empezando a gustar.
Inmediatamente siento por detrás un
susurro, es la voz de mi amigo:
…¿Paco, te animas a jugar?...
-¡Pero, si yo no sé, solo se mover las
fichas!
-Por algo se empieza, ya no partes de
cero, yo te ayudo y te enseño.
Movido por el ambiente, no supe decir que
no, la vergüenza me abrumaba.
-Paco, no te preocupes, vamos al piso de
arriba donde estaremos cuatro personas, y no podrá entrar el público. Te enseñaremos
a jugar al ajedrez moderno.
Animado de esta manera, confiado en la
seriedad intachable que mi amigo derrocha, subo, no sin temor, y allí me presenta
a dos personas del club. Me indican que vamos a jugar los cuatro, ya que en el
juego moderno se requieren cuatro, en vez del antiguo, que es de dos jugadores.
También me doy cuenta que las fichas no son como
las que usaban en el campeonato del piso inferior.
Veo que tienen una serie de puntos
negros, casi como si fueran dados, pero mayores.
Mi amigo manda revolver las fichas, y me
indica que una vez que se termine de mezclar, tome seis fichas para mí.
Sorprendentemente, el resto de los
jugadores retiran otras tantas cada uno.
Yo cada vez más perplejo.
Cada participante va tomando una a una,
ficha a ficha, va poniendo una ficha entre las palmas de sus manos y la frota
enérgicamente.
El efecto de frotado, produce una especie de vapor
que sale de las manos, y abriéndolas de golpe, surge de entre ellas una figura
conocida.
-Oye, para mí, que estas fichas se están
convirtiendo en soldados de plomo.
Ante mi asombro, veo que frotación tras
frotación, cada jugador va obteniendo, un caballo, una torre, un alfil…
Yo, por más que froto, lo único que
obtengo son heridas en las manos, pero por lo que sea, no soy capaz de
convertir ninguna en algo medianamente parecido a las figuras de los demás.
Pido explicaciones, y se me anuncia con
mucha cortesía, que es culpa de la crisis, que ahora solo disponemos de fichas
deshidratadas.
Y yo, que no soy capaz de hidratar nada,
no puedo más, tengo las manos deshechas, la vergüenza ya es mi madre, no sé dónde
meterme, sudo, tengo sed, todos miran para mí, piensan que soy idiota.
Una luz me da en los ojos, amanece detrás
de la persiana de mi habitación, me muevo hacia un lado, estoy sudando, jadeo. Extiendo
la mano y alcanzo en mi mesilla de noche un vaso con agua, bebo.
Ahora empiezo a recordar. Ayer me acosté
con un fuerte gripazo, debí tener fiebre, no obstante…
Me levanto corriendo, cojo el teléfono,
llamo a mi amigo. Ringgggggggggg, que no lo coge, ya marchó de casa.
Es lo mismo, le llamo a móvil:
-Roberto, contéstame, es un asunto de
vida o muerte: ¿juegas al ajedrez o al dominó?
-¿Qué dices, estás loco?
-Por favor, no digas nada, es vital, solo
contesta.
-¡Al ajedrez! Está claro.
-¡Gracias, amigo, un abrazo, me devuelves
la vida y la fe en mí mismo! Seguiremos siendo amigos por siempre.
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