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urante las décadas cuarenta y cincuenta
del siglo pasado, fueron tiempos de racionamiento, de hambre, de pobreza; como
hoy, fueron tiempos de crisis, aunque ésta situación fuese producida por motivos
diferentes.
En aquel tiempo la crisis fue causada por
la Guerra Civil, y remachada por la II Guerra Mundial.
Existía una gran diferencia con la crisis
actual, no me quiero extender en las causas, porque de sobra son conocidas, me
meteré con ciertos efectos, y concretamente con la desgracia de la “Emigración”.
Hoy la juventud se ve obligada a emigrar,
pero los que emigran, suelen ser
muchachos y muchachas bien formados y preparados, y además casi ninguno con
cargas familiares, antaño era totalmente diferente.
Las grandes carencias económicas de
entonces hicieron que los pueblos se vaciasen, tomando las maletas hombres y
mujeres, jóvenes y mayores, con la idea de hacer fortuna, y siguiendo una
tradición de siglos solo interrumpida por el breve lustro de la II República.
Entonces, la formación era deficiente o
nula, salía de España mano de obra sin ninguna especialización, dispuesta a
realizar los peores y más duros trabajos.
Pero la voluntad era inmensa, el espíritu
y el deseo de progreso de los que se marchaban, para ellos y los seres queridos
que dejaban en la tierra, era tan grande, que hacía de aquellos brazos,
palancas de hierro.
La nula educación sexual, junto con la
total ausencia de planificación familiar, hacía que los jóvenes formasen
familias tempranas, y se cargaran de hijos enseguida.
Por eso mismo la emigración fue especialmente
dolorosa, padres que tuvieron que desprenderse de aquellos hijos, dejándolos al
cuidado de familiares que se hicieran cargo de ellos.
¡Cuántos hijos de abuelos hubo en España!
¡Qué dolor el de aquellos padres y madres
que pasaron años y años sin poder verlos!
Especialmente en el caso de la emigración
a los estados Americanos, era casi imposible hacer visitas periódicas, por lo
que pasaban años y años sin ver a sus familias, sin volver a sus antiguos hogares,
solo había trabajo, trabajo, escribir una carta, esperar una contestación, cada
año o dos una fotografía, más trabajo, envío de dinero, ¿Qué hacen los niños?,
ahora estudian el bachillerato, ahora Manolito entró a trabajar, Luisita está
acabando magisterio.
A ver si dentro de dos años podemos
viajar y veros…
Pues para todo esto, había que tener unos
abuelos que quedasen en casa, que se hicieran cargo de una nueva familia, y que
asumiesen el papel que sus padres tuvieron que abandonar.
También podemos hablar de otra figura, si
cabe más sacrificada:
“La Tía”.
Había muchos casos en que la hermana de
un padre o una madre se decidía a sacrificar su vida propia, y hacerse cargo de
toda la prole.
La tarea no era pequeña, se prestaría a
hacer de madre y padre, en muchos casos hasta de hija de padres mayores y
dependientes.
Pues bien, yo conocí una, y pude ver sus
peripecias, claro que este era un caso muy especial.
Una muy querida amiga y sus hermanos,
tuvieron la desgracia de quedar sin sus padres, por las necesidades del
momento.
Padres que marchan para Venezuela, padres
que deben de dejar a sus tres hijos en una aldea Orensana.
Plantearse llevarlos es imposible, si
acaso más tarde. ¿Qué podemos hacer?
Está la Tía Preciosa. ¡Solucionado!
Pues he de decir que la tía Preciosa, era
en aquel entonces una mujer joven, enjuta, fuerte, aunque muy menuda, daba la
impresión que hubiese nacido un soleado día de calma, un día de primavera, no
muy caluroso.
Era una mujer que agradaba, a nadie dio
la oportunidad de un enfado, hasta ni siquiera tenía que reñir a los niños
pequeños, porque irradiaba tal verdad que imponía sus razones sin necesidad de
exponerlas.
Era como un faro en la niebla, nunca se
alteraba por nada, pero alumbraba el camino.
Su fortaleza no tenía límite, ella tenía
fuerzas para cuidar sobrinos de unos y de otros, mayores dependientes, la casa,
el huerto, las viñas, los animales, las gallinas, el cerdo, los conejos…
Nunca tuvo un día de descanso, y muchísimos
días de trabajo y de cariño a los demás.
Poco a poco todos nos fuimos haciendo
mayores, y ella más, porque el tiempo nunca perdona.
La tía Preciosa, como manda ese
inexorable tiempo, fue haciéndose víctima de los males que la mente nos tiene
reservados en estos tiempos modernos.
La tía Preciosa, fue perdiendo poco a
poco su memoria, y comenzó incluso a desconocerse a sí misma.
Nunca perdió la compostura ni la
educación, de hecho, ya en el tiempo de la enfermedad, un buen día la llevaron
al hospital para un reconocimiento rutinario, y una enfermera, subrogándose el derecho
de tuteo, aunque con buenas formas le preguntó:
¿Qué tal estás abuelita?
La respuesta fue educada y tajante:
¡Hay
neniña, por más que me esfuerzo, no acabo de recordar donde comimos el pulpo
juntas!
Despacito, muy despacito, se fue
consumiendo, se fue apagando, sin molestar, como diciendo: ¡yo por aquí no
estuve!
¿Quién puede hacerse la idea de cómo una
mujer sola, con un montón de niños a su cargo, sale adelante en aquellos
difíciles años cincuenta, y como decide asumir una vida dedicada a los hijos de
los demás?
¿Quién puede hacerse la idea de esas
noches solitarias, de esos madrugones para preparar el fuego de la cocina y
tenerla caliente para levantar a los chiquillos?
En que pudo pensar ella, día tras día,
noche tras noche, trabajo tras trabajo…
Lo que sí puedo asegurar, es que la tía
Preciosa, era “Tía” de todo aquel
que entraba por esa casa, que siempre tenía una palabra y un consejo para
cualquier caminante.
Por eso y mucho más, la tía Preciosa,
también era mi “Tía”.
La tía Preciosa, un mal día se nos fue, y
no como cualquiera, también se fue sin molestar, solo nos dejó la herida de la
ausencia.
El olvido es imposible. Su recuerdo, quedará
impreso en nuestro corazón; su ejemplo de abnegación, desinterés por sí misma,
su bondad, y su sabiduría, quedará impregnado en todos aquellos cuyas vidas
rozaron su andadura.
Y por eso y mucho más, si pudiese
escribir un poema se lo haría.
Y por eso y mucho más, si pudiese
cantarle una canción se la cantaría.
Por eso en su recuerdo pongo algo de uno
que sabe hacerlo mucho mejor que yo.
Preciosa, has sido un ejemplo para mí.
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