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oy, como ya viene siendo habitual, fui a
Santiago de Compostela, a la sede de la Xunta de Galicia, a manifestarme en
contra de la política económica del gobierno (o habría que decir del “desgobierno”),
en concreto protestamos por el terrible futuro de mi antigua empresa donde se
proyecta despedir a 2.500 personas (el 50% de la plantilla).
Uno, con estas angustias, va muy sensible
por la calle. Vas pensando en lo que se le avecina a muchos excompañeros,
muchas familias, en general, un montón de dramas.
Estamos inmersos en un momento donde el
empresario no mira para los lados ni para atrás. Poco le importa los muertos
que va dejando en las cunetas, es el momento de enriquecerse rápidamente y
seguidamente ceder el puesto a otro que se quiera enriquecer a continuación,
con el consabido empeoramiento de las condiciones laborales y sociales de los
trabajadores, esos que en definitiva son los que hacer que esta riqueza se haga
realidad.
Vemos que cada vez nos igualamos al
llamado “tercer mundo”, pronto estaremos peleándonos por una escudilla de
lentejas, por la supervivencia.
Solo nos queda como bandera la “dignidad”.
Muchos la defendemos a capa y espada, a nivel institucional también se la
defiende, aunque solo sea una postura teatral la que toman nuestros dirigentes.
Y me gustaría explicar el sentido de la
teatralidad.
Si bien esta sociedad se escandaliza con
cosas como la utilización de “burka” u otras costumbres de culturas lejanas,
que a nuestros ojos atentan contra la dignidad de las personas, no somos
capaces de criticar nuestros propios atentados, y asumimos fácilmente lo que
nuestras costumbres nos muestra, sin parar a pensar y razonar con espíritu
crítico lo que ocurre delante de nuestras propias narices.
Pues bien, tal como iba contando, yendo
por Santiago de Compostela, caminando desde la estación del tren hasta San
Caetano, tuve que cruzar el casco antiguo, que siempre es un placer.
Subiendo por el Preguntoiro, pude contar hasta
diez personas, por lo menos, que estaban reclamando la buena voluntad de los transeúntes,
para que les echaran unas monedas.
Tal y como están los tiempos no me parece
nada raro, muchachos con flauta y perro, peregrinos venidos a menos, y algún
que otro caso.
Pero lo que realmente me indigna son tres
casos que hoy en día ya son frecuentes en casi todas las ciudades:
Tres individuos en actitud humillante, de
rodillas en la calle, mirando al suelo, cabizbajos, ocultando su vista a los transeúntes,
demostrando una falta de dignidad y una bajeza de espíritu que descompone el
corazón del que pasa.
Pues bien, yo entiendo que la actual
situación social desgraciada, nos pueda llevar a la exclusión social, pero ¿si
perdemos nuestra dignidad, que nos queda?
Reclamo pues, no una represión, reclamo
una recuperación de las dignidades perdidas. Debe esta sociedad, posiblemente a
través de los servicios sociales, tratar de hacer que esta gente recupere la
dignidad perdida. Ya que no podemos paliar la miseria económica, tratemos de
eliminar la miseria de espíritu.
¡No nos dejemos vencer!
¡Adelante, no dejemos en ningún momento de ser personas!
Más que nada, lo que habría que hacer es indignarse.
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