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domingo, 18 de noviembre de 2012

El Otro Cuento De La Lechera


E
n el año 1939, Olvido tenía 12 años.

Una tarde de invierno… vinieron a buscar a su padre a su casa de Cecebre. Olvido y su madre Maruja pasaron toda la noche despiertas esperando a Modesto, los niños Modesto y Manolito, se fueron a la cama, son muy pequeños, no entienden. Sentadas en la cocina arrimadas a la lumbre, echando de cuando en cuando un taco a la lareira, con una pota con algo de café al fuego, por si llega Modesto, hace frio, es invierno, Maruja sabe que no ha de volver, pero, por si acaso.

A la mañana siguiente, dos hombres traen a Modesto en un carro:
-   Maruja, lo encontramos en una cuneta en San Pedro de Nos.
-   Dios mio, que desgracia.
-   Son los tiempos, Maruja, te quedan tus hijos…
-   ¿Sin padre, quien les dará de comer?…
-   Van a tener que trabajar, no son buenos tiempos.

A partir de este momento, Olvido se hizo cargo de llevar la leche a Coruña.

Por la mañana subía al tren de las lecheras en el apeadero de Cecebre. Su madre le ayudaba con las cántaras, y siempre hablaba con alguna conocida para que le echase una mano para bajarlas en la estación al llegar.

De madrugada, la leche, por la tarde, y gracias a una amiga de Maruja, Olvido se puso a “asistir” para sacar algo.

-   Es una casa muy buena, Olvido, te pagarán y podréis ir trampeando.

Malviviendo, y malcomiendo, la familia fue cumpliendo años, Modesto en los 50 cumplió los 14:

-   Madre, me voy a Uruguay, dicen que hay porvenir, que una vez terminada la guerra de Europa, en América, hay fortuna para todos. También seré una boca menos para la casa.

Olvido siguió trabajando, por la mañana la leche, por la tarde la casa…

Pasa el tiempo, Maruja se va haciendo mayor, camina mal, la espalda doblada, la huerta, la vaca, el ternero, el niño, la casa.

Carta de Modesto:

-   ¡Manolito!, vente para Uruguay, aquí hay para todos, te tengo un empleo en casa de un estanciero. Si trabajas duro, harás fortuna.

Manolito no lo pensó, con su maleta de cartón y unos duros que le dio Olvido, embarcó como emigrante a Uruguay.

A los seis meses escribió Modesto anunciando que Manolito marchara para una estancia al Paraguay. Nunca más se supo de él.

Luego vino la prohibición de la venta ambulante de leche, con lo que se quedó sin el reparto de la mañana.

Los señores de la casa, le dijeron que se quedara interna, que de esa manera evitaba el traslado desde la aldea hasta Coruña.

Pero había que atender a Maruja, que cada vez se valía menos, ya no podía estar sola.

Con el dinero que mandaba Modesto y lo poco que tenía ahorrado, junto con el trabajo de la huerta, las dos mujeres se iban arreglando, hasta dio para ponerle tejado y cuarto de baño a la casa.

Un mal día de otoño, Maruja se muere:
-   Hay que avisar a Modesto.
-   Tengo un teléfono, lo voy a llamar.
-   Modesto, ¿eres tú?, esta noche se ha muerto mamá.
-   ¿Cuándo la vas a enterrar?
-   Pasado mañana, hay que esperar a que den el permiso, como apareció muerta, nos obligan a hacerle la autopsia.
-   ¿Necesitas algo?
-   Nada Modesto.
-   Voy a intentar coger un avión y paso unos días contigo, hace 30 años que no nos vemos.
-   40 Modesto, 40.
-   ¡Como pasa el tiempo!

Tres días más tarde, se encuentran en Lavacolla:

-   ¡Modesto, que mayor estás, no te reconozco!
-   ¡Anda que tú!
-   Allá las cosas no van bien, tengo familia, y cada vez se gana menos, voy a tener que dejar de mandarte dinero.
-   No te preocupes, ahora con la muerte de mamá, ya puedo volver a trabajar, y para mi sola será suficiente.
-   Por la casa y la huerta no te preocupes, la tienes merecida, nos cuidaste a todos y a la casa. Yo no necesito nada. Allá tengo una casa con finca donde vivimos toda la familia.
-   Gracias Modesto, yo tampoco podría pagar tu parte.

Al cabo de unos días Modesto volvió al Uruguay, y no volvería nunca.

Olvido volvió a sus trabajos de “asistir”, hoy tres horas aquí, mañana dos horas allá…

Y el tiempo pasa, y pasa, y Olvido envejeciendo, ya casi sin fuerzas, vuelve a su aldea, casi no conoce a nadie.

Ahora vive con una pensión pequeñita, pequeñita, pero para ella sola es suficiente.

Un perro vagabundo vive con ella, pasa los días mirando la huerta, le da pena, ya casi no puede trabajar, a veces algún vecino compasivo, le pone un poco de verdura o unos tomates.

Ahora está muy delicada, el médico dice que es del corazón:
-   No puede vivir sola, vaya para una residencia…
-   Llevo muchos años sola con mi perro, no sabría.
-   Bueno, en todo caso instale un teléfono de urgencias, que el INSERSO y con la colaboración de Cruz Roja se lo pone.

Una joven de Cruz Roja vino a explicar como funciona, incluso le prometió que vendría dos veces por semana para ver como estaba, y hacerle un rato de compañía.

El tiempo pasa, y pasa. Dicen que viene una crisis, ¡Dios mio!, ¿que nos pasará a los viejos?

Un día, Olvido no se siente bien. Hoy no vino la chica de la Cruz Roja a verla, dicen que no hay presupuesto, que reducen gastos.

Olvido espera…

Por la noche, se encuentra peor:
-   Mañana iré al médico. No sé que me pasa.

Eran las seis de la mañana, silva un tren de mercancías, Olvido se encuentra que le falta respiración. Se acuerda del teléfono. Pulsa el botón rojo, dos, tres veces, no hay contestación.

Dicen que no hay presupuesto, que hay que recortar gastos.

Amanece, un rayo de luz entra por la ventana. El perro vagabundo, ya no vaga, no se mueve de los pies de la cama.

Fuera se oye jugar a un niño:
-   ¿Modesto, vienes a buscarme?

Olvido camina por un camino sin retorno.
¿Quién se acuerda de Olvido?



Bien lo sabéis. Vendrán 
por ti, por ti, por mí, por todos 
Y también 
por ti. 
(Aquí 
no se salva ni dios. Lo asesinaron.)

Blas de Otero

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