Corría el año 1977, vivíamos en un pueblo
pequeño de la provincia de Pontevedra, mi niña mayor tenía cuatro años, la
pequeña dos y medio.
Decidimos empezar a enseñarles algo de
mundo y nos fuimos de vacaciones a Barcelona.
En plena Rambla, siento que me grita mi
hija mayor:
-Mira Paco ¡un negro! (grito
escalofriante, acompañado por un índice acusador señalando hacia mi espalda)
Me doy la vuelta y veo un hombre de unos
dos metros que me mira desde las alturas.
Yo como puedo, esbozo, creo que un
rictus, él me responde con una sonrisa de oreja a oreja, mirando para mí y para
mi niña.
Entonces comprendí:
Con su mirada me explicó lo evidente: ¡era negro!, pero no solo eso, con su sonrisa me aclaró algo que me quedó para toda la vida:
Con su mirada me explicó lo evidente: ¡era negro!, pero no solo eso, con su sonrisa me aclaró algo que me quedó para toda la vida:
“El ser diferente no implica ser
desigual”
Nunca olvidaré aquella mañana de
primavera en la que aprendí tanto.
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